domingo, 26 de agosto de 2007

sábado, 25 de agosto de 2007

Animación

Desde siempre me ha fascinado la animación. Es normal crecer viendo dibujos animados, pero igualmente normal es abandonarlos al llegar a la supuesta edad adulta. Un error que cometen muchas personas.

Peor para ellos.

Francamente, en ocasiones pienso que actualmente el mejor cine que se hace no se rueda, sino que se dibuja. Son muchos los cineastas que emplean actualmente la animación como medio de transmisión de sus narraciones, y algunos con resultados tan impresionantes que dejan en bragas a su hermanos los de la “acción real”.

Mis favoritos en este campo, actualmente, son:

Satoshi Kon. Para mi gusto, el mejor a día de hoy. “Perfect Blue” (ensayo de las que después serán sus grandes obsesiones, como el borroso límite entre la realidad objetiva, la soñada, la imaginada y la creada por el cine); “Memories” (un filme compuesto por tres mediometrajes de los que, con diferencia, el mejor de todos es el escrito por Kon); “Millenium Actress” (un paso adelante en el retrato del mundo interior del cineasta que empezase a dibujar en “Perfect Blue”); “Tokyo Godfathers” (la más distante en planteamientos al resto de su obra aunque conservando constantes de su personalidad como la excelente escena del sueño de la protagonista); “Paranoia Agent” (su gran obra maestra, claro que en 13 episodios de media hora bien tiene el tiempo suficiente para desarrollar y profundizar en todos los temas que hasta la fecha sólo había podido tratar superficialmente en sus películas) y “Paprika” (sumario de toda su filmografía con algunos nuevos hallazgos y reflexiones).

Isao Takahata. Eso sí, sólo por su gran obra maestra, “La tumba de las luciérnagas”, ya que para mi gusto sus grandes hits como “Heidi” o “Marco” no dejan de ser melodramas bien resueltos.

Hayao Miyazaki. Aunque comparto el gusto de todo el planeta por su “El viaje de Chihiro”, creo que este autor tiene obras mucho más destacables como “El Castillo en el Cielo” o “El Castillo Ambulante”.

John Lasseter. El culpable de que en occidente ya no se hagan películas de animación tradicional y hasta Disney haya renegado del 2-D. Personalmente, me quedo con sus cortos aunque sus largometrajes son tan fascinantes como mundialmente reconocidos, sobre todo por sus soberbios guiones (el de “Toy Story 2” es digno de museo).

Shinichiro Watanabe. Aunque reconozco que sus obras más personales como “Cowboy Bebop” me parecen excelentes, es un cortometraje de encargo el que me dejó maravillado hasta el punto de, a día de hoy, ser mi cortometraje de animación favorito: “Kid’s Story”, impresionante tanto técnicamente (la animación es de lujo) como filosóficamente (de todo lo que ha dado de sí “Matrix”, este corto es su mejor exponente ideológico).

Katsuhiro Otomo. Con “Akira” revolucionó occidente haciéndonos descubrir el manga japonés. Pero ya había trabajado antes en obras notables como “Robot Carnival” o después en su formidable “Steamboy”.

Tim Burton. Si alguien piensa en animación con muñecos, sólo puede acordarse de él. “Vincent” fue su primer trabajo, y el borrador de lo que después serían la primero infravalorada y después sobrevalorada “Pesadilla antes de Navidad” y la soberbia “La Novia Cadáver”.

Mamoru Oshii. “Ghost in the Shell” fue la película que inspiraría toda la ciencia ficción posterior en occidente (desde “Matrix” –y sus copiadores, que en realidad copian la película de Oshii- a “El indomable Will Hunting” pasando por “Star Trek: Némesis”) pero este japonés tiene en su haber otras obras monumentales como “Innocence”, la secuela de “GITS” o “Blood: el último vampiro”, en la que ejerció como productor.

Sylvain Chomet. Su más que notable "Bienvenidos a Belleville" supuso su consagración tras el excelente cortometraje "La Vieille dame et les pigeons", y ahora tiene pendiente de estreno "The illusionist". Pero para verla habrá que esperar al 2009. Una pena.

martes, 21 de agosto de 2007

Objetos significantes en el cine

No hay mejor que guión que aquel que trata acerca de una escobilla del váter. Bueno, o acerca de una sombrilla verde menta. O acerca de una tostadora abollada. Los objetos en el cine son mágicos y desprenden en ocasiones más magia que las propias personas.

Lucky Mackee es uno de esos cineastas que, como Kim Ki-Duk, lo sabe y lo aprovecha al máximo. Los objetos en las obras de estos (y muchos otros) cineastas adquieren una identidad de alter ego de los personajes humanos de una película. En “Hierro 3” son las pelotas y palos de golf, en “El arco” el arco (claro). En “May” es una muñeca la que refleja el estado global del personaje protagonista: si la muñeca se rompe, la protagonista está rota; si la muñeca se ensucia... si la muñeca desaparece... si la muñeca... no hay nada más atractivo a la hora de caracterizar el estado interior de un personaje que usar un objeto para reflejar ese estado. En su capítulo de “Masters of horror” Mackee usaba una almohada para simbolizar a la chica protagonista. De esa manera vemos la almohada limpia y reluciente, por los suelos, rota... según quiera mostrar que la chica está por los suelos, rota...

El cine es imagen y muchas veces lo olvidamos y ponemos a los personajes a “contarnos” sus estados interiores:
- Oh, me siento como rota por dentro...
Puaj. Rompamos su “objeto significante” y la estaremos rompiendo a ella, de forma literal, ante los ojos del espectador. Ésa es una de las maravillas del cine, que es capaz de mostrar cosas que en la vida real nos sería imposible percibir (a menos que tuviéramos rayos X en los ojos).

Para que un objeto signifique a un personaje (o a varios, o a lo que nos dé la gana) debemos sembrar bien este hecho en el primer acto. Mostrar con detalle al menos en tres ocasiones que objeto y personaje son la misma cosa, con cuidado de no caer en lo obvio y evidente pero sí en la claridad inequívoca. Para ello saquemos siempre el al objeto y luego al personaje (por ejemplo, si el objeto aparece visto en picado y a continuación el personaje es visto en picado, por poner un caso poco imaginativo pero no ando hoy muy inspirado). Si hacemos esto tres veces a la cuarta ya no necesitaremos enlazar objeto y personaje, sino que directamente cada vez que el espectador vea el objeto, inconscientemente, estará viendo al personaje.

En la serie “Hospital Kingdom” el Doctor Stegman “es” su coche (el coche, un objeto habitual para identificar a ciertos personajes, especialmente masculinos). En “Frida” la protagonista “es” su cama. En “Hasta que llegó su hora” el personaje Armónica es... su armónica, claro.

Así funciona el lenguaje del cine: A + B = C. Ésta fórmula de Eisenstein que no me canso de repetir vuelve a ser la base de esta técnica, en este caso A es el personaje y B es el objeto y por tanto A = B. Esto te da una libertad creativa tremenda pudiendo sustituir a lo largo del relato A por B y viceversa y tener más variedad de planteamientos (en lugar de andar siempre machacando al personaje, de vez en cuando podrás machar a su objeto identificativo).

miércoles, 15 de agosto de 2007

Las virtudes de un profesor

¿Quién no querría ser profesor? Lo que en otros representan pecados capitales en el profesor son virtudes. A saber:

Afán de dominación. El profesor debe dominar, imponerse sobre otros, es una cualidad que se le exige y que debe mantener del primer al último segundo de su reinado en el reino del aula.

El orgullo. El profesor debe ser orgulloso.

La inmodestia. El mejor profesor es aquel que practica la inmodestia, para ser respetado por aquellos que debe dominar y no ser tomado a chufla por éstos el profesor debe, cuanto menos, aparentar ser mejor de lo que es.

Hablar y hablar. El profesor habla y es escuchado, a la fuerza. A él se le exige hablar, a los otros que le escuchen. Y no sólo eso, sino lo que en la vida normal es inconcebible: a los otros se les obliga a escuchar con atención.

Superioridad. El profesor debe ser un ser superior. Y si no lo es, parecerlo.

Vanidad. Un profesor debe ser vanidoso. Pues es contemplado, como un actor, por un público. Y ay del profesor que no sea vanidoso y cuide su ego, pues su inseguridad ante el más exigente de los públicos (el alumnado) le hará perder las otras cualidades antes enumeradas.

Controlador. El profesor debe controlar. Lo que en el mundo normal nadie permitiría, en el reino independiente del aula es obligatorio. Debe haber un dominador y un dominado. Indefectiblemente.

Desobediencia. El profesor no está obligado a obedecer, y sí a que le obedezcan.

Y ojo, si por casualidad el profesor perdiera o renunciase a cualquiera de estas cualidades virtuosas, dejaría de ser llamado buen profesor. Sería mediocre y, en el peor de los casos, perdería este importante puesto. Cuanto más ostente y haga ostentación de ellas, más valorado y respetado como profesor será. Así es el reino independiente de las aulas.

Pero cuidado, que no es lo mismo ser profesor que maestro. A un maestro se le suponen unas virtudes bien distintas de las enumeradas anteriormente. Pero de ellas hablaré en otra ocasión. Si me acuerdo.

Así pues, ¿quién no querría ser profesor?

domingo, 12 de agosto de 2007

La muerte de la familia

Ya he hablado de la familia, pero no he dado aún mi opinión al respecto. ¿Por qué? Pues porque sé que a usted, amable lector, mi opinión le importa un pimiento.

Aún así, y a riesgo de ahuyentarle... aunque, ¿qué hace usted aquí?

El caso es que lo que viene a continuación es mi exposición sobre el que tal vez sea uno de los mayores parásitos de nuestra sociedad: la familia.

Sólo observar la enconada defensa que de esta institución (sí, llamémosla por lo que es, una institución, igual que hacienda o el ejército) hacen los sistemas conservadores y opresores ya le hace a uno estar alerta. En efecto, piense en el sistema político que piense digno de figurar en cualquier museo de los Horrores Históricos (de Francisco Franco a George W. Bush) siempre encontrará que se sustenta en dos pilares fundamentales y ambos altamente nocivos: la familia, y Dios.

Sobre Dios no me voy a explayar porque no merece la pena dedicar energías a una falacia que se cobra, se ha cobrado y se seguirá cobrando millones de vidas y que a pesar de que grandes pensadores como Nietzsche ya lo mataron, siguen pugnando desde su lecho de muerte por controlar la vida de los seres humanos. Resulta curioso que la Humanidad entera esté en manos, lo queramos o no, de Dios, Santa Claus, Ronald McDonald y Mickey Mouse. ¿Algún día depositaremos nuestros valores en seres tangibles?

Otra entidad intangible y, si cabe, aún más siniestra en la que nos apoyamos es la familia. ¿Cómo inculcar el conformismo y el inmovilismo en el ser humano sin levantar sospechas? Nada mejor que basar todas las creencias, ya sean religiosas o de cualquier tipo, en la tradición familiar. ¿Por qué nos casamos? ¿Por qué estudiamos, buscamos un trabajo...? Todo lo hacemos por la familia, por esa entidad teocrática que llevamos sobre nuestros hombros desde que nacemos hasta que nos morimos y que nos inculca desde el propio nacimiento los pensamientos y dogmas que deben hacernos “hombres y mujeres de provecho”.

Y no sólo se trata de ser médico, porque tu padre es médico y tu abuelo lo fue antes. Ése es el mal menor. No hablo de casarte con esa persona que tus familiares aprueban, ni siquiera de tener que convivir con tu abuela porque la pobre ya no se vale por sí misma (o eso creemos) y sus últimos años en la Tierra los debe pasar amargándonos la existencia. Hablo del colegio en el que estudiaste, ése que “tus padres” eligieron (tal vez fueron tus abuelos o tus tíos, la analogía es válida para cualquier tipo de familia, entendiéndose como Familia en el término más general ya sea monoparental o multiparental). Cuando no eres nadie, un crío cuyo pensamiento y modo de ver la vida se está formando, son otros (tu familia) los que eligen el camino, la senda que para siempre formará tu concepción del mundo. Si lo hacen “bien” (vamos, si no se les ve el plumero) tu pensamiento casará con el de ellos, serás una pieza más del engranaje, uno miembro más de la casta, un eslabón de la cadena, un ente familiar sin individualidad, sólo determinado por aquel clan, casta o “familia” al que pertenece. Si lo hacen “mal”, el fruto de ello será la rebeldía, el alejamiento de las pautas inculcadas por la familia. En este caso, igualmente, están determinando el pensamiento del vástago.

Tratan de imponerte algo, y dependiendo de cómo lo hagan, lo aceptarás o no. En ambos casos, estás a su merced. Si lo hacen bien, seguirás su senda, si lo hacen mal, te alejarás de ella. En ambos casos tu capacidad de elección está mermada por las acciones de otros (la familia). Crees que puedes elegir, que eres un ser libre, pero realmente sólo serás libre para darte cuenta de que la libertad no existe. Todo lo que eres está determinado no por ti, sino por las manos que te moldean. Y los seres superiores, aquellos que quieren moldearte, no usarán sus propias manos para darte forma, sino que usarán las de tu familia.

Son esos demiurgos los que nos dicen “la base de la sociedad es la familia”. Echa un vistazo a la mierda de sociedad en la que vives y verás que, por una vez, esos demiurgos tienen la razón. Y por eso mismo debemos destruir, por encima de las demás instituciones, a la Familia.

Y después les tocaría a los demás: desde Dios a Santa Claus.

La realidad

Dos de las últimas películas que he visto, de autores tan dispares como Satoshi Kon (japonés) y Richard Linklater (estadounidense) siguen en la línea de la que tanto he venido hablando últimamente y profundizan, cada una de manera totalmente distinta a la otra, sobre las mismas premisas: ¿a qué llamamos realidad en un mundo donde toda la realidad la vivimos sentados? Estas películas son “Paprika” y “Waking Life”.

En efecto, el ser humano siempre ha sido acompañado por sus sueños, esa realidad paralela que nos acompaña durante toda nuestra existencia. Y si ya sólo esta ventana a un mundo alternativo es suficiente para hacernos replantear los cimientos de la propia realidad, en la sociedad actual existen numerosas ventanas a nuevas realidades. Primero llegó la fotografía, que por primera vez capturaba la realidad y la embotellaba, detenía el tiempo, luego llegó el cine que no sólo capturaba el tiempo sino que nos permitía esculpir en el mismo (Tarkovsky dixit). Luego vendrían los video juegos, donde además de espectadores de esas realidades alternativas podíamos mínimamente participar de las mismas, luego la ya propiamente llamada “realidad virtual” que la verdad es que nunca ha tenido mucho éxito y, finalmente, internet, donde el concepto mismo de realidad virtual se hace caduco por la inmensidad de posibilidades que este nuevo medio ofrece al ser humano.

Así las cosas, estamos en una nueva generación donde una persona podría pasarse sentada toda su vida y vivir aventuras increíbles, conocer cada rincón del planeta, tener millones de amigos, un amante en cada continente y cosas que ahora mismo ni mi imaginación es capaz de aventurar... y todo sin levantarse del asiento.

De hecho, en Japón va camino de ser pandémico el número de casos de jóvenes que se encierran en su habitación y no salen nunca más.

Es normal, pues, que en este contexto la intelectualidad artística se preocupe cada vez más de explorar esa fina línea que separa el mundo objetivo (con límites cada vez más borrosos) de esas otras realidades.

Deje que le ponga un ejemplo, ¿cuántas veces no hemos dicho “eso lo hice realmente o soñé que lo hice”? En ocasiones se nos hace difícil distinguir lo que hemos hecho en el mundo objetivo de lo que hicimos en sueños. Más aún, ¿y si no lo soñé, sino que lo vi en una película... o en un video juego... o en internet? En el momento en que las cosas dejan de estar en presente (presente, el tiempo que no existe, pero ya hablaré de ello, si me acuerdo) pertenecen al mundo de los recuerdos, donde permanecerán para siempre. Pues nada perdura en el presente, sino que se pasa toda su existencia en el pasado. Si las cosas viven eternamente en el reino de los recuerdos, ¿qué importancia tiene, pues, que esos hechos tuviesen lugar en una u otra realidad? A fin de cuentas, ambas realidades son igualmente frágiles, pues no permanecen, sino que se evaporan de la realidad para permanecer por siempre en la mente en forma de memoria o recuerdo, y además, la mayor parte de las veces distorsionado.

Si hacemos un crucero de lujo, este hecho en sí durará unos días. Pero su recuerdo permanecerá en nuestra mente para siempre. ¿Por qué hacemos, pues, el crucero? ¿Por disfrutar esos días de él, si es que realmente disfrutamos de algo cuando todo, absolutamente todo, se escabulle de nuestras manos en la marea del tiempo, que implacablemente (como los Langoliers de Stephen King) lo devora todo y lo destruye para siempre, o bien para recordarlo el resto de nuestra vida? Evidentemente, casi todo lo que nos gusta, nos place sobre todo cuando lo recordamos, mucho más que cuando lo vivimos en presente.

Así pues, ¿qué importa si esas cosas tuvieron lugar en una u otra realidad si permanecen de la misma manera en nuestra mente? Phillip K. Dick, como ya he dicho, se ha vuelto a poner de moda porque fue uno de los escritores que más profusamente y con mayor acierto habló de todo esto. A fin de cuentas, el ejemplo del crucero que yo he puesto no difiere mucho del argumento de su novela “We Can Remember It For You Wholesale”, luego travestida en la película “Total Recall” (“Desafío total”, ¿se puede desvirtuar más un título?).

De los dos filmes de los que parto para soltar este rollo me quedo, con diferencia, con “Paprika”, mucho más honesta, menos pedante y tremendamente más divertida. A fin de cuentas, su autor lleva muchos años explorando estos temas y “Paprika” es como una especie de saco de conclusiones de sus anteriores trabajos. No es casualidad que al final de “Paprika” veamos de forma poco sutil los carteles de todas sus anteriores películas. “Paprika” es un mosaico de todas ellas, pero yo creo que con la obra de Kon que más enlaza es precisamente con la que no aparece en esa cartelería: “Paranoia Agent”, una serie de animación de 13 episodios en los que explora tanto en la temática como en la estética que después servirán de base para esta nueva cinta.

Aún así, “Waking Life” también es una película tremendamente interesante y recomendable, donde también su autor ensaya tanto en temática como en estética (la técnica de animación rotoscópica que aquí utiliza volverá a aparecer con mejores resultados en su “A scanner darkly”... también basada en un relato de Phillip K. Dick).

Prohibido perdérselas.

miércoles, 8 de agosto de 2007

Planet Terror

Pues la verdad, yo no le veo a esta película ni el sentido ni la gracia. ¿Gastarse una pasta en conseguir que una peli luzca como si estuviera hecha con dos duros? ¿Y por qué no la hacen directamente con dos duros? Es decir, en vez de contratar cuarenta empresas de efectos especiales en hacer que el fotograma esté rallado (por ejemplo), ¿por qué no ruedan directamente con cámaras cutres y película estropeada? Ah, claro, se me olvidaba, que entonces se corre el riesgo de que la película no se vea bien. ¿¡Pues no es lo que se busca!? Sí, pero claro, recordemos que eso es arriesgado y esto es Weinstein Company, no la Troma. Entonces no queráis ser la Troma porque, simplemente, ni lo sois, ni lo seréis nunca.

Es como el señor multimillonario que se viste de pobre y sale a la calle a ver cómo es el mundo de los pobres. Pero eso sí, con un fajo de billetes en el bolsillo... por si acaso. Pues ese tipo nunca sabrá lo que es de verdad la experiencia del riesgo, de vivir sin un duro en el bolsillo, de andar con lo puesto, sin saber qué pasará mañana... porque él sabe muy bien que mañana dormirá de nuevo en sus sábanas de seda.


La película no tiene nada de genuino, es una mala copia (o intento de copia) de un espíritu asociado a una sociedad que ya no existe en un contexto histórico ya caduco que hicieron unos cineastas sin dinero pero con ideas para solventar este problema... cosa que esta gente no tiene ni ha tenido. ¿Qué sentido tiene ponerle a una película de estudio la careta de serie Z? ¡La serie Z es precisamente eso porque es lo opuesto al cine de estudio!


Si, como hacián los cineastas de terror de bajo presupuesto de los 80 (como Sam Raimi), Rodriguez hubiera cogido de verdad una camarita prestada, unos amiguetes que no cobran y se hubiera ido durante los fines de semana de un par de años de su vida a rodar al campo sin un duro en el bolsillo... todavía.


Pero es que eso es imposible, jamás sucederá porque Rodríguez es un pijo multimillonario que quiere jugar a volver a ser un adolescente arruinado pero con mucho talento, energía y ganas de comerse el mundo.


Pues lo siento, pero Rodríguez ya se comió el mundo hace tiempo... y se le ha indigestado.

lunes, 6 de agosto de 2007

La profesión de guionista: Teoría y práctica del guión de otro.

La realidad del mercado es bien diferente de lo que te imaginas a priori. Pocas veces un guión que salga íntegramente de la cabeza de un guionista se hace realidad (salvo que ese guionista se llame David Koepp Y aún así también ha tenido que currárselo).

Lo normal, siento decírtelo, es que las ideas sean de otro. Si envías tu obra a una productora es posible que ese guión sirva para que se fijen en ti, en que tienes capacidades, y a lo mejor levantan el teléfono para llamarte… y que escribas otra cosa.

Es habitual que los guiones sean de encargo. Un productor, por ejemplo, quiere hacer una película sobre tal o cual tema (normalmente estos temas suelen estar relacionados con la temática de la última película que hizo un millón de espectadores en taquilla), llama a uno o varios guionistas y les pide que realicen un guión que se ajuste a unos cánones establecidos por él.

Estos cánones pueden ir de lo más general (escribe sobre adolescentes marginados) a lo más particular (una descripción paso a paso de la trama). El primer caso, en contra de lo que pueda parecer, es mucho más complejo que el segundo. A fin de cuentas, en el segundo ya te están dando la película casi hecha. Por ello, detengámonos primero en este segundo caso. He aquí algunos consejos útiles de parte de alguien que lleva la mitad de su vida escribiendo las historias de otro:

Lo normal cuando alguien que no dedica su vida a escribir te cuenta “una historia” y te paga para que la conviertas en un guión cinematográfico es que dicha historia sea infumable. Y eso con suerte. Primer consejo: nunca se lo digamos. La tentación es grande, pero hay que vencerla. Y no digo sólo literalmente en plan “Vaya mierda de historia, ¿la ha pensado o la ha cagado?”. Me refiero a esas miradas de soslayo y a esos “Bueno… no sé…”. Con esto sólo conseguirás que empiece a barajar nombres de otros guionistas. Así que, a menos que quieras perder el trabajo, éste es el primer consejo: Te encanta la historia. Es lo mejor que has escuchado nunca. Y te mueres de ganas por ponerte a escribirla.

Presta atención a los detalles. Son la clave. Si el productor te dice que tendría gracia que el protagonista se tropezara con una fotocopiadora, tu protagonista, ineludiblemente, debe chocar con la fotocopiadora. Aunque el comentario sea trivial y no te esté “obligando” a meter esos detalles, mételos. Te garantizarán mucha más libertad que si no los introduces. Que tu protagonista tropiece con la fotocopiadora te permitirá que en la página siguiente puedas hacer que se chute heroína en la función escolar de su hija de 6 años (si es eso lo que quieres). Las razones de que esto sea así son evidentes.

Lo primero, escribe la historia tal y como te la han contado. Ya tienes tu argumento. Ahora es cuestión de escaletarlo. Como digo, no elimines nada, todo lo que te han dicho, hasta aquello de “no estoy seguro, pero a lo mejor estaría bien que el protagonista sea una hamburguesa que habla”, debes incluirlo. Después debes observar todos y cada uno de los beats de la historia como una oportunidad de lucirte. Cualquier cosa, hasta la más horrible, puede dar lugar a una historia fascinante. Piénsalo: “un oscuro monstruo secuestra a una princesa y un caballero armado con su espada viaja en un halcón gigante para rescatarla, venciendo horribles criaturas por el camino, y haciendo nuevos y divertidos amigos”. Este argumento podría dar lugar a la más ñoña, cutre, infantil y tontorrona de las películas... y también a uno de los mayores éxitos de todos los tiempos: “La Guerra de las Galaxias”. “Y, no sé –dice el productor- el monstruo ése al final es el… ¡padre! Del héroe, ¡eso es! Y su nombre podría ser algo como “Padre Oscuro”, pero en otro idioma, tipo “Dark Father”… y para vender peluches de la peli mete en el guión muchos ositos de peluche que hablan”. Es cuestión de saber ver el potencial escondido entre los elementos, por más lamentables que puedan parecer. En serio, prueba a decir en voz alta el argumento de “El Señor de los Anillos”. Resulta bastante lamentable. ¿Y “King Kong”? ¿Unos tipos que viajan a una isla a atrapar a un mono gigante para exponerlo en Nueva York?

Un truco interesante para sacar provecho a estos elementos es darle la vuelta a lo previsible. A medida que nos cuentan la historia nos la imaginamos de la manera “obvia”. Si es un héroe que salva a una princesa nos lo imaginamos con armadura y cuerpo a lo anuncio de Kalvin Klein. ¿Y si es un tipo gordo, feo… y verde? “Y va con su escudero”… que es un burro parlanchín. El cliché dado la vuelta. Eso tiene personalidad y al mismo tiempo cumple con el elemento “héroe que salva princesa acompañado de su escudero” (hablo de Shrek por si aún no habías caído).

Así, a la hora de escaletar y dialogar, mantén todos esos elementos que te han dictado pero busca qué añadir o cómo retorcerlos para hacerlos interesantes. “American Splendor” también es una historia basada en un héroe de cómic, a decir verdad, tiene muchos elementos en común con “Spiderman”, pero aquella consigue resultar tremendamente original y poderosa por la introducción de determinados elementos; por ejemplo: La voz en off es la del auténtico hombre en que se basa la historia (“Éste soy yo, bueno, el tipo que me interpreta, aunque no se parece en nada a mí”). Si te fijas, la historia es lo de siempre, una voz en off diciendo eso de “éste soy yo” pero la introducción de ese elemento le aporta una capa totalmente nueva que deja al espectador maravillado. Eso es lo que tienes que hacer, encontrar esos elementos que hacen que “lo obvio”, “lo de siempre”, “lo trillado” o “lo cutre” se convierta en material fresco y original. A veces nos desesperamos y pensamos “esto no tiene solución, es basura, es imposible sacar nada bueno de este material”. Te equivocas. SIEMPRE hay una manera de darle la vuelta y hacer que la basura luzca como el oro. Y ése es tu trabajo: sacar oro. Si no encuentras el oro, simplemente no estás haciendo tu trabajo. O lo estás haciendo mal.

sábado, 4 de agosto de 2007

Lo que nos preocupa

Cuando en el futuro se analice este época que vivimos, veremos que, como tantas otras, ha habido una serie de temas fetiche para los creadores. Especialmente interesante es observar cómo con la llegada del nuevo siglo –y milenio- hay una tendencia brutal a dudar de la realidad, a poner en cuestión sus límites e incluso su propia existencia. ¿Qué es real? ¿Qué no lo es? Películas como “Matrix” fueron las pioneras, pero el propio resurgimiento de la obra de Phillip K. Dick (“Minority Report”, “A scanner darkly”, “Next”, “Paycheck”...) es ya una pista importante de qué nos preocupa a los hombres de hoy.

Tanto las obras de Dick como sus clones contemporáneos (desde la obviedad de “Abre los ojos” al surrealismo de David Lynch) dudan de lo que es real y de lo que no, lo que es soñado y lo que es imaginado. Porque al fin y al cabo, mientras soñamos, la realidad es el sueño y una vez despertamos esa realidad se esfuma pero, ¿cómo saber cuándo estamos despiertos? ¿O no es recurrente ese sueño en el que, efectivamente, despertamos, nos levantamos de la cama y acometemos las primeras tareas del día para luego darnos cuenta de que seguíamos acostados, soñando? Citando a Alejandro Jodorowsky (de nuevo): Partieron en busca de la Verdad. Encontraron a quien los estaba soñando.

En todo el mundo se sigue esta línea de cuestionar la propia existencia, y lo más preocupante tal vez no sea si toda la realidad es sueño, sino, ¿y si somos el sueño de otro?

Una de esas obras cinematográficas, en este caso procedente de Corea, es “Dos hermanas”. Fue ésta la película que me puso en alerta sobre este fenómeno. Su estructura y premisas eran tan cercanas al cine y a los planteamientos que se estaban haciendo en occidente que me hizo darme cuenta de que al final, en el planeta entero, las preocupaciones son las mismas. Esta película estaba más cercana a “El club de la lucha” o “El sexto sentido” de lo que se pudiera esperar. Curioso.

Y lo que menos me esperaba es que fue esta película la que me dio una idea para una historia. A mí, como a todos mis contemporáneos, también me preocupa el tema y le veo unas posibilidades dramáticas infinitas. La incapacidad para distinguir la realidad auténtica de la realidad inventada (o soñada, o...). Pero pensé que este tema ya se había explorado y se seguiría explorando hasta agotarlo. Así que fue precisamente partiendo de esa base como se me ocurrió darle la vuelta a la fórmula y acabé con aquella idea que terminó deviniendo en la historia de dos adolescentes atormentados (como las dos hermanas de la película) pero desde el punto de vista opuesto al de la cinta coreana.

Se habló mucho en su día de que “El show de Truman” parecía una copia del cortometraje español “Te lo mereces”. Evidentemente no es ninguna copia, sino un fruto de la globalización de la inspiración artística. Ya todos tenemos los mismos referentes (estéticos e intelectuales) de manera que surgen las misma obras. Del mismo modo que Alejandro Amenábar lloró cuando vio “El sexto sentido” mientras preparaba su obra “Los otros”.

“Perfect Blue”, del japonés Satoshi Kon; “Funny Games”, del alemán Michael Haneke; “Más extraño que la ficción”, del suizo Marc Foster... no, la cosa no es importación de yanquilandia. En todo el planeta se respira esta preocupación.

Globalización de la inspiración.

jueves, 2 de agosto de 2007

Cita

Friedrich Nietzsche

La igualdad hace disminuir la felicidad del individuo, pero abre la vía para la ausencia de dolor del inferior.

La familia


El filósofo chileno Alejandro Jodorowsky es de esos pensadores que hasta que no haya muerto no obtendrá el debido reconocimiento. Mientras, los que conocemos quién es y qué hace reflexionamos a veces sobre sus ideas.

Dejando aparte la calidad de su cine, bastante lamentable en algunos casos, hay un pensamiento sobre todos los demás de los que propugna Jodorowsky que sí llama poderosamente mi atención. Y es cómo todos estamos poderosamente influenciados por nuestras familias, lo que él llama la psicogenealogía. Para mí, un determinista convencido, esto es sin duda un caramelo demasiado bueno para dejarlo pasar.

En efecto, la suma de las vidas, vivencias y personalidades de todos los miembros de nuestra familia, desde nuestros bisabuelos a nuestros hermanos, determina en su totalidad tanto qué somos como qué seremos.

El distanciamiento que siempre he practicado hacia mi familia no es fruto de un impulso repentino, ni siquiera de una decisión meditada. Es lo que debía ser, y punto. ¿Qué se puede esperar después de crecer en el seno de una familia donde el abuelo materno se pasa años peleado con sus hijos mientras la abuela paterna se la pasa haciendo chantaje emocional y todos los hermanos andan enfrentados unos con otros (por poner dos ejemplos de disfuncionalidad familiar)? Bueno, así visto la verdad es que parece el perfil medio de cualquier familia del mundo. Y tal vez lo sea.

La última desventura de este engendro de familia es digna de tv-movie barata: resulta que mi abuela está en las últimas, enferma y sin movilidad (a su edad, lo normal). Mi madre, que es bastante pesadita, se pasa el tiempo cuidando de ella, cosa que irrita a mi abuelo (no me pregunten por qué), el cual interpone una demanda contra mi madre, por la que el juez decreta una orden de alejamiento. Sí, en efecto, mi madre tiene una orden de alejamiento de mi abuela. ¿Puede ser más patético? ¡Sí! Sigamos. Para cargarse de razón ante el juez, mi abuelo (el que demanda) usa como testigo a su hijo, el cual atestigua que mi madre vejó, insultó y amenazó a su madre (mi abuela). Por supuesto, él no fue testigo de nada de esto puesto que nada de ello sucedió realmente (como él mismo reconoce en una conversación telefónica que mi hermana grabó pero que no sirve como prueba ante ningún juez). Y ésta es sólo una de tantas amenas anécdotas con las que me deleitan mis familiares de cuando en cuando.

¿Es de extrañar ante semejante panorama que yo sea un tipo retraído, solitario, descastado? Tal vez yo lo tenga fácil, puesto que me ha tocado una familia de circo de la que es fácil sacar conclusiones. Pero piense en sus familiares, en todos ellos, en las relaciones entre ellos y con usted, y seguro que empieza a entender cosas acerca de sus comportamientos y hábitos de vida.

Somos lo que mamamos.

Amén.