domingo, 1 de septiembre de 2013

10 cosas peores que un ataque zombie

Porque un apocalipsis zombie, en el fondo, mola.

10. Sábado por la noche y descubres que no funciona el ratón de tu ordenador.

 Y no tienes uno de repuesto.

9. Madrugada. Zumbido. Mosquito.

8. Despiertas en mitad de la noche. Miras el reloj. Queda un minuto para que suene el despertador.

7. No poder saltarte los advertencias, avisos, copyrights, trailers y demás mierda que precede a una película en DVD.

Y deseas habértela bajado de internet.

6.  Tu vecina hirviendo coliflor.

5. Jar Jar Binks.

4.  Ir a los "Extras" de un DVD y encontrarte: FICHA TÉCNICA - FICHA ARTÍSTICA - BIOFILMOGRAFÍAS.

Ah, y "Trailers".


3. Jar Jar Binks.

No, no es un error.

2. Las frases cursis de autoayuda en Facebook.

1. Los comerciales de inmobiliarias.

Debe haber un círculo en el Infierno especialmente dedicado a ellos. 

sábado, 27 de julio de 2013

La música de mi vida


Treinta y seis añitos que suma ya mi vida. Y echando la vista atrás, me doy cuenta de que cada año de mi vida he idolatrado (de forma más o menos entusiasta o fanática) a un grupo/músico/solista/banda/dueto/loquesea musical. No ha habido dos años seguidos en que me gustase la misma música, a veces incluso haciendo giros que ni el guión más psicótico de Tarantino. Supongo que cada uno de estos grupos define lo que yo era por aquel entonces y ahora, como este es mi blog y a ver de qué cosas voy a hablar si no de estas chorradas, me dispongo a repasar qué ha pasado musicalmente en mi vida a lo largo de los años.

1978 (un año): Los Payasos de la Tele (no lo recuerdo, claro, pero es lo que me cuentan)
1979 (dos años): Teresa Rabal
1980 (tres años): Enrique y Ana
1981 (cuatro años): El Osito Misha
1982 (cinco años): Parchís
1983 (seis años): Torrebruno
1984 (siete años): Modern Talking
1985 (ocho años): Bananarama
1986 (nueve años): Europe
1987 (diez años): Pet Shop Boys
1988 (once años): Mecano
1989 (doce años): Michael Jackson
1990 (trece años): Phil Collins
1991 (catorce años): Madonna
1992 (quince años): Queen
1993 (dieciséis años): Roxette
1994 (diecisiete años): Alan Menken
1995 (dieciocho años): Danny Elfman
1996 (diecinueve años): James Horner
1997 (veinte años): Elliot Goldenthal
1998 (veintiún años): Andrew Lloyd Webber
1999 (veintidos años): ABBA
2000 (veintitres años): Mozart
2001 (veinticuatro años): E.S. Posthumus
2002 (veinticinco años): Nightwish
2003 (veintiséis años años): t.A.T.u.
2004 (veintisiete años años): La Oreja de Van Gogh
2005 (veintiocho años): Klaus Badelt
2006 (veintinueve años): Dover
2007 (treinta años): Tokio Hotel
2008 (treinta y un años): Vangelis
2009 (treinta y dos años): Miss Li
2010 (treinta y tres años): John Powell
2011 (treinta y cuatro años): Harry Gregson-Williams
2012 (treinta y cinco años): Hans Zimmer
2013 (treinta y seis años): Phillipe Rombi

domingo, 30 de junio de 2013

Festivales de Cine (I)


No son pocos los festivales de cine de todo tipo en los que he estado, bien como invitado porque se proyectaba/competía alguna cosa mía, o bien trabajando, normalmente haciendo galas, como ya he contado en alguna que otra ocasión por aquí.

Como invitado he estado en muchos que daban vergüenza ajena (en uno el premio en metálico que ganó mi corto me lo dio el propio presentador de la gala en un sobre) y en algunos maravillosos, como el Sitges, que no sé si me gustó por el festival en sí o porque Sitges es una de las ciudades más maravillosas de este país/planeta/galaxia.

Ojo, no confundir festivales de cine con mercados de cine, que son dos cosas totalmente diferentes. La semana pasada, de hecho, estuve en un mercado y más adelante contaré la surrealista (aunque maravillosa) experiencia.

Uno de los más destacados en los que he participado fue el Festival de Venecia, donde nos invitaron a participar con nuestro primer cortometraje. 

Esta foto la tomé yo allí.
El Festival se celebra en agosto y cualquier excusa es buena para librarse de los 50 grados de media que luce en ese mes mi ciudad natal. Por lo pronto, hasta esa fecha, yo había montado en avión en muchas ocasiones, sobre todo para ir a mi segunda ciudad natal, Londres, pero resulta que el viaje fue tan movidito, con tantas turbulencias que hasta las azafatas por poco acaban rodando por el suelo, que desde entonces tengo que subir a los aviones como M.A., drogado y/o dormido (esta referencia delata mi edad, lo sé).

Y allá que fuimos. Nada más llegar, desde el aeropuerto hasta la islita donde nos hospedábamos (el Lido) nos llevaban en una lancha motora en lo que me parecieron unas mil horas, ¡pero qué lejos estaba la puñetera islita! Una vez en tierra el hotel era la mar de mono y cuco, y lo más importante, pagado por el propio festival. De ahí, a la sede del Festival a por las acreditaciones. Para llegar a cualquier sitio en Venecia te tienes que mover en lancha motora, Ferry, góndola o a nado. Para ir del Lido a la sede del festival pasaba un ferry cada media hora que siempre iba atestado de gente. Montados en él llegamos a la gran sede del Festival, y hete aquí que nada más llegar una multitud de periodistas se agolpaban para hacernos fotos y grabarnos con sus cámaras. Joder, y eso que sólo llevábamos un cortito de mierda. Pero no, es que justo cuando nosotros nos apeábamos del barquito en el muelle, lo hacía Woody Allen, que venía a presentar su última película. Sí, estábamos a medio metro de Woody Allen, y por unos segundos pensábamos que la expectación mediática la levantábamos nosotros. Criaturitas.

Por supuesto, nadie se interesaba lo más mínimo por nosotros. Lo bueno era que nosotros y un documental éramos la única presencia española ese año en el Festival por lo que los medios españoles sí mostraban algo más que indiferencia por nosotros. No gran cosa, pero al menos se acercaban a preguntarnos cositas. Así, en Antena 3 nos dedicaron una pieza en los informativos la mar de interesante. Mira tú qué bien.

Y llegó la mañana en que ponían nuestra peliculita, en una sección llamada "Nuevos Territorios", que, según rezaba el catálogo, era un escaparate de lo más innovador del año a nivel mundial. Fíjate tú, que nosotros hicimos el corto tan "moderno" por ahorrarnos dinero porque lo hicimos sin un duro y pensamos "¿y si en vez de usar una cámara normal usamos una cámara de fotos y lo rodamos en plan 'fotonovela'?" Y ya ves, la carencia de medios nos llevó a la modernez más absoluta que hasta lo reconocían en Venecia.

Justo cuando estábamos entrando en la sala de cine donde iban a proyectar nuestro corto, nos paró el señor ése de Antena 3 que siempre está hablando del Papa en televisión y nos pidió que cuando acabara saliéramos a contestar algunas preguntas. Así, el corto se proyectó, yo sudé mucho (siempre sudo mucho cuando veo algo mío en compañía de otras personas porque pienso que lo van a odiar y, de hecho, yo lo odio muchísimo) y, cuando acabó, la gente se puso a aplaudir. Cuando cesaron los aplausos, mi compañera y yo nos levantamos para salir a que nos hiciera las preguntas el buen señor de Antena 3, pero la gente interpretó que nos levantábamos para seguir recibiendo aplausos, por lo que empezaron otra vez a aplaudir como locos y nosotros, avergonzados y sin saber qué hacer, nos quedamos de pie como tontos esperando a que la gente dejara de aplaudir... y la gente que no sabía si tenía que dejar de aplaudir hasta que nos volviéramos a sentar... y nosotros que no nos sentábamos porque nos esperaba el señor del Papa en la puerta... y así un par de minutos eternos.

Sí, a este señor lo conocimos allí.
Al final salimos, más avergonzados que un maya el fin de año de 2012, y respondimos a las preguntas del señor de Antena 3.

Volvimos a entrar en la sala donde estaban poniendo otra obra de ésas innovadoras que seguramente se quedaron sin dinero para terminarla y por eso era tan moderna. Debo reconocer que me pareció un truño de mucho cuidado. Pero ojo, mi corto también me lo pareció (como todas mis cosas cuando las veo en compañía de extraños) así que mi sesgado criterio del momento no es muy de tener en cuenta así que no ahondaré en lo horrosamente mala que era aquella basura que estaban proyectando cuando volvimos a la sala.

No tengo ni idea de por qué, pero nos quedamos tres días más en Venecia, a pesar de que una vez proyectado el corto ya no pintábamos nada allí. Bueno, no sé por qué, claro que lo sé. Y tú también. Paseos nocturnos por los canales, cenas en restaurantes al aire libre, cafés en la Plaza de San Marco (sí, de donde sale Indiana Jones por una alcantarilla... ante aquella alcantarilla se hacían más fotos los turistas que ante cualquier otro monumento). Y lo mejor de todo es que el majo del productor del corto, que nos acompañaba, nos invitaba a casi todo.

En una de esas cenas que él pagó (es que nosotros éramos muy pobres... bueno, y él también, pero tenía la cara menos dura) nos preguntó si teníamos alguna idea para un corto de ciencia ficción, que le apetecía aventurarse en ese género. Nosotros, inconscientes, le dijimos que sí, y así se fraguó nuestro siguiente trabajo juntos, una chapuza que nada tenía que envidiar en cutrez a la pieza que proyectaron tras nuestro afamado primer corto.

Pero ésa es otra historia, y ya la contaré en otro momento (si me acuerdo).

domingo, 2 de junio de 2013

Explotando




... total, que una burbuja explotó muy fuerte y de la onda expansiva nos fuimos todos a la mierda. O algo así, que yo hasta que Spielberg no haga la película no me voy a enterar de qué coño va la crisis ésta.

Y como unos señores que sólo iban al teatro a ver a Lina Morgan pensaron que eso de la cultura es ocio, asueto, recreo y fiesta para zánganos parados chupadelbote vagos del poltrón gandules remolones inútiles que poco o nada tienen/pueden aportar a la sociedad... y ese hueco ya lo rellenan el fútbol y los toros, empezaron a tomar medidas para que, si la gente en general estaba en la mierda, a los haraganes que hacen teatro les pisaron la cabeza para hundírsela más en la materia fecal.

Pero hete aquí que resulta que la gente de la cultura en general, y los teatreros en particular, tienen muy entrenado el cuello de tanto que se lo pisan y mantuvieron la cabeza fuera de la mierda. ¿Cómo? Se pusieron a utilizar ese órgano que los distingue de otras profesiones como la de Infanta o la de Extesorero de algo, llamado "ingenio", y se pusieron a inventar.

E inventaron cosas como el crowdfunding o el Teatro Mínimo.

Y aquí me voy a parar.

Este último año he visto más teatro que en toda mi vida junta, y he gastado menos dinero en teatro que en toda mi vida junta. Y es que el formato de obra pequeña, de corta duración y a miniprecio funcionó de tal forma que ya no hay ciudad, pueblo o pedanía que no tenga su propia versión de teatro en minitetrabrick.

Y de todas las variantes que he podido disfrutar, que no han sido pocas (Teatro a Pelo, Microteatro por Dinero, etc) la mejor, con diferencia, ha sido la propuesta que nació en una extraña librería del centro de Sevilla llamada "Teatro Mínimo".

Me he visto todas las obras que han puesto este año y debo decir que en esta ciudad de saetas y penitencias, el arte no sólo se viste de traje de luces. Cada pieza, cada puesta en escena, cada propuesta escénica, cada texto, me ha hecho imaginar, emocionarme, reír, divertirme y, sobre todo, desear volver al teatro.

Incluso sé de gente que no pisaba una sala teatral desde hacía años que, gracias al Teatro Mínimo, se ha convertido en un asiduo, deseando que llegase el mes siguiente para descubrir las nuevas propuestas, las nuevas temáticas e irrumpir en aplausos, “bravos”, silbidos y vítores.

Si bien todas y cada una de las piezas que han pasado por la muestra son merecedoras de manos ensangrentadas de tanto aplaudir, me voy a aventurar a nombrar mis favoritas.

“Emergencia Zombie”, de los descabellados Paco Luna y Javier Berger, una pareja de hecho de la escena andaluza a la que deseamos un matrimonio longevo. Conseguía erizar el vello del espectador a base de humor, vísceras y una puesta en escena maravillosamente cinematográfica.

“Parafilia” de los enfermos Jorge Dubarry, María José Castañeda y Eva Gallego. Una maravillosa historia de amor con una única actriz en escena manipulando muñequitos (que no títeres). Con la boca abierta que sigo tras ver semejante derroche de imaginación y pericia.

“Culto a la abundancia”, donde se repiten nombres: Jorge Dubarry, María José Castañeda y Javier Berger. ¿Pero de dónde sacan tanto talento estos gandules?

Y todo ello, desde el “minimismo” más minimalista: mínimo presupuesto, mínimo elenco, mínimo espacio... máximo talento, máxima diversión y máxima valentía.

Y es que cuando explotó la famosa burbuja ésa también explotaron las cabezas de muchos talentosos genios de esta tierra que sólo venera a sus genios cuando reportan réditos políticos.

Aquí estoy, esperando como agua de mayo (nunca entendí esta expresión, después de un abril mojadísimo, ¿quién coño quiere que llueva en mayo?)  la siguiente temporada.

A más ver...

jueves, 23 de mayo de 2013

Recuerdos



Llega un momento en que los recuerdos son una niebla difusa que no sabes ubicar bien en el tiempo. Voy a intentar poner algo de orden en mis recuerdos haciendo una línea cronológica de los más importantes. Sólo los dignos de mención o esta entrada no acabaría nunca y, aunque sé que sólo la voy a leer yo en momentos de melancolía o nostalgia –o sea, varias veces al día el resto de mi vida- siempre viene bien ordenador las cosas.

Además, sirve de copia de seguridad de los recuerdos, que luego nunca se sabe cuándo te van a formatear el cerebro. Lo mismo un día me quedo viendo sin querer más Telecinco de la cuenta.

1977. Calle Eva Cervantes, 5, 3ºC. Sin recuerdos, claro, es el año en que nací. Pero sí recuerdo bastante bien el pisito donde pasé mis prmeros diez años de vida. Bastante mejor que el piso en el que pasé los diez siguientes.

1978. En realidad es el reuerdo de un recuerdo y no sé si será de este año, probablemente no, pero recuerdo que dormía en una cunita junto a la cama de mis padres y una mañana mi madre entró y levantó la persiana para que la luz del día me despertase. Ése es oficialmente el primer recuerdo de mi vida.

1979. Mi vida transcurría casi todo el tiempo en la habitación de mis padres, donde estaba mi cuna, pero pronto me pusieron un parque en la que sería más adelante mi propia habitación. Estaba atiborrado de juguetes y recuerdo que las paredes eran una especie de red de cuerda donde me gustaba enganchar los dedos.

1980. Ya tenía mi propia habitación junto a la de mis padres. Todo estaba prohibido en mi casa. No podía abrir la mayoría de muebles y cajones de mi habitación y absolutamente ninguno del resto de la casa. No debía salir de mi habitación y nunca, bajo ningún concepto, ir más allá del salón sin permiso. Ni falta que hacía, en mi habitación había tantos juguetes que podía pasar allí el resto de mi vida sin echar de menos el resto del mundo.

1981. Nació mi hermana. Ahora ella ocupaba la cuna junto a la cama de mis padres. Por ésta época recuerdo un día en que mi padre me llevó a una piscina y él no se metió en el agua en todo el tiempo, sólo esperaba pacientemente a que yo saliera del agua. Yo no me divertía, estar solo metido en una piscina pierde la gracia a los cinco minutos. Pero qué sabía él.

1982. Mi hermana, usando un andador, salió de la casa (no sé cómo) y cayó por las escaleras (recuerdo, vivíamos en un tercer piso). Se le hinchó toda la cara. Como solía suceder, la mayor parte de atención por parte de todo el mundo la requirió mi madre, a la que casi le da un ataque.

1983. Iba a una guardería donde hice una única amiga, Gema, con síndrome de down. Empecé prescolar tarde, cuando el curso ya estaba empezado y tuve que acoplarme (a esa edad) a una clase donde todos ya se conocían y controlaban las reglas de lo que era un colegio. Recuerdo que no estaba permitido levantarse del asiento, y ponían a un celador a vigilar cuando la profesora se iba (no sé a dónde). La primera vez que vi que otro niño estaba dando paseos por la clase en ausencia de la profesora, yo me puse a hacer lo mismo. Cuando la profesora volvió y vio mi nombre en la pizarra (a eso se limitaba la labor del celador, a escribir el nombre de los infractores en la pizarra) me castigó y tardé mucho en enterarme por qué.

1984. En toda mi infanca jamás tuve amigos de calle ya que mi madre no me dajaba salir de casa salvo para hacerle los recados (normalmente a una tiendecita al final de la calle a la que llamábamos "an cá Antonia" donde atendían ésta y su hija, la Chari) así que sólo estaba en dos sitios: en casa, donde jugaba constantemente con mi hermana; o el colegio, que odiaba con todas mis ganas. Me llevaba bien, no obstante, con mi profesora, la señorita Dori, pero no con el resto de compañeros, a los que odiaba. El sentimiento era recíproco, por supuesto Como mi madre a vaces iba a casa de una vecina, yo me hice amigo de su hijo, José Manuel, que también tenía una hermana pequeña, Lupita.

1985. Empecé a llevarme especialmente bien en el colegio con  dos compañeros, Fran y Edu. Al primero le perdí la pista a los 18 años. El segundo aigue siendo uno de mis mejores amigos. Por las mañana iba con mi padre a su trabajo, una tienda de repuestos dnde todo el mundo me llamaba Pepito y yo odiaba que lo hicieran. Luego el hijo de un compañero de trabajo me acercaba al colegio. El rato que estaba en la tienda lo pasaba dibujando. Dibujaba basante bien. Todo el mundo me lo decía hasta el punto de que ante la pregunta "qué quieres ser de mayor" yo respondía "pintor". Eso hacía mucha gracia a los mayores. A la pregunta "de qué equipo eres" yo respondía "odio el fútbol". Esto ya no les hacía tanta gracia.

1986. A partir de aquí tengo que seleccionar mejor porque ya empieza a haber un amplio surtido de recuerdos. Recuerdo que na vez mientras esperaba a que mi madre comprase en una tienda quise impresionar a dos niñas haciendo como que fumaba colillas que cogía del suelo. Mi madre me pilló y me preguntó por qué lo hacía y respondía que no lo sabía, lo cual era totalmente cierto. Como no podían castigarme sin salir de mi habitación porque nunca me dajaban salir igualmente, me castigaron metiéndome en la cama sin dejarme salir de la misma. Ese verano fuimos de veraneo a un camping. Siempre íbamos de veraneo a alguna parte con mis tíos, que tenían un hijo de mi edad (todo el mundo tenía un hijo de mi edad) y con el que ese año me peleé (no que discutiéramos ni dejáramos de hablarnos, sino que nos peleamos en plan agarrarnos del cuello e intentar tirarnos al suelo) porque mi hermana se estaba cambiando en la tenda de campaña y él intentaba entrar para verla cambiarse y yo no quería que la viese desnuda.

1987. Este año empezó el mundo de las niñas y el sexo. En verano (de nuevo en un camping, de veraneo con mis padres y los mismos tíos) empecé a tontear con una niña de mi edad llamada Eli pero lo eché todo a perder liándome con una alemana cuyo nombre no recuerdo. Fue mi primer magreo y mi primer beso.

(CONTINUARÁ...)

domingo, 7 de abril de 2013

Preguntas que no debes hacer cuando ves películas

¿Quién coño ha diseñado las armaduras de los storm troopers de Star Wars?

¿Por dónde narices entró al vestíbulo el Tiranosaurio al final de Parque Jurásico?

Siempre es medianoche en alguna parte. ¿Qué uso horario usan los Gremlins

En En Busca del Arca Perdida, ¿no sobra totalmente Indiana Jones? Los nazis al final abren el arca, se mueren y fin.

¿Por qué Harry Potter tiene a su alcance en una película artilugios mágicos (que incluso permiten ir atrás en el tiempo y cambiar el curso de los acontecimientos) y en la siguiente película ya dejan de existir?

¿Dónde aprendió a volar el Tiranosaurio de Parque Jurásico? Por el mismo lado donde él sale cuando se escapa (destruyendo la valla de seguridad a dentelladas) es por donde luego lanza un coche y éste cae más de 50 metros en caída libre ¡hacia abajo!

Si al darle el almanaque a su Yo del pasado Biff altera el futuro en Regreso al Futuro II, ¿cómo puede devolver la máquina del tiempo a la línea temporal de la que vino, en la que Biff no tiene ningún almanaque?

¿Qué mierda de plan es el del malo al final de Skyfall? Yo aún no lo entiendo.

¿Cómo puede Darth Vader no saber nada de su hijo si vive con sus tíos en el planeta natal de Anakin, en la misma casa, y sigue llevando el mismo apellido?

¿Por qué el malo de Spider-man 2 busca a Peter Parker (sin saber aún que éste es Spider Man) tirándole un coche a la cabeza? ¿Cómo pensaba interrogarlo después?

¿De dónde saca el hielo en cantidades industriales Eduardo Manostijeras al final de la película?

¿Por qué Matrix crea sujetos con libertad de pensamiento?

Si Buzz no cree que sea un juguete en la primera Toy Story , ¿por qué se comporta como tal cuando aparecen humanos en la habitación y se queda quieto como los demás?

¿Por qué la madre de Marty McFly no reconoce a su hijo como el tipo aquel que le cambió la vida hace años?

Si los teléfonos no funcionan (y en esa época no había móviles), ¿cómo pide Kevin la pizza en Solo en Casa?

Si Amidala muere al dar a la luz a sus hijos, ¿cómo puede recordarla Leia?

lunes, 18 de marzo de 2013

miércoles, 13 de marzo de 2013

La profesión del guionista (1)

CUANDO ALGUIEN ENTRA EN TU ESTUDIO MIENTRAS ESCRIBES


 CUANDO CONTRATAN A OTRO GUIONISTA PARA QUE REESCRIBA TUS DIÁLOGOS


CUANDO LLEGAS A LA PÁGINA 70


 CUANDO LLEGAS A LA PÁGINA 110


 CUANDO EL DIRECTOR TE EXPLICA LOS CAMBIOS QUE QUIERE HACER AL GUION


 CUANDO EL PRODUCTOR TE EXPLICA CÓMO MEJORAR TU GUION


 CUANDO TE LLEGA EL MAIL CON LA CIFRA DE TU PRIMER SUELDO


 CUANDO TE PRESENTAN AL QUE SERÁ TU CO-GUIONISTA


 CUANDO RECIBES LAS CARTAS DE RECHAZO DE LAS PRODUCTORAS


 CUANDO UN ACTOR TE LLAMA PARA REVISAR SU DIÁLOGO


 CUANDO VES A LOS ACTORES DECIR EL DIÁLOGO


 CUANDO VES EL RESULTADO DE TU GUION EN PANTALLA


 CUANDO AMBIENTAS TU GUION EN LA INDIA... O CUALQUIER CIUDAD AMERICANA


 ENTRE GUION Y GUION


 LO QUE EL PRODUCTOR PIENSA DE LA PRIMERA VERSION DE TU GUION


 EL TIPO DE FRASES QUE SÓLO DURA DOS VERSIONES DE GUION


 CUANDO RECIBES UN MAIL CON EL SUBJECT "¿TE IMPORTA LEER MI GUION?"


 MIENTRAS TU PAREJA LEE TU GUION

LO QUE ESPERAS DE ESTA PROFESION... Y LO QUE TE ENCUENTRAS


CUANDO EXPONES TU IDEA A UN PRODUCTOR


martes, 5 de febrero de 2013

De tiendas

   Detesto ir de tiendas. Como todo el mundo sabe los hombres odiamos ir a comprar ropa, pero no nos queda más remedio si queremos compañía femenina, bien porque ya sea nuestra poareja o porque deseamos que lo sea en un futuro cerano, aunque todo el mundo sabe también que las mujeres mo van a comprar, sino de compras, que no tiene nada que ver.

   La única tienda a la que soportaba ir con veintipocos años era al Bershka que hay en la calle O'donnel en Sevilla. Estaba muy bien diseñado porque permitía que mientras las chicas estaban haciendo sus cosas de chicas: coger prendas, soltarlas, preguntar a la empleada, probárselas, volver a soltarlas, descambiar... los chicos podíamos entretenernos mientras tanto subiendo y bajando las escaleras mecánicas que comunicaban las diferentes plantas (tenía tres).

   ¿Y qué tenía de especial el acto de subir y bajar escaleras mecánicas? Pues que muy inteligentemente el que diseñó aquel interior obvió poner techo a los probadores, por lo que desde las escaleras se veía por completo el interior de todos ellos.Así, no fueron pocos los paseos que me di escaleras arriba y abajo viendo a muchachas de toda clase y perfil probándose todo tipo de prendas. Incluso aquello se acabó convirtiendo en una especie de destino quasi turístico, ya que no pocas veces me acompañaba algún amigo en tan entretenida materia. Y más de uan vez la escelera se colapsaba de transeúntes masculinos.

   La cosa duró unos pocos meses, hasta que alguien se dio cuenta del desaguisado y pusieron techo a los probadores, por lo que la visita a la tienda dejó de tener el más mínimo atractivo.

domingo, 20 de enero de 2013

Microteatro

Pues me estoy leyendo Submarino, de Joe Dunthorne, y acabo de estrenar otra obra de "Teatro Mínimo", que es una cosa que se ha puesto de moda porque es barata, supuestamente cultural y como acto social mola porque es ir al teatro, pero dura poco y no te aburres... y además no te gastas una pasta.

Sí, son obritas de teatro cortas, de unos quince minutos. En Madrid se llama Microteatro, en Sevilla, Teatro Mínimo.

En noviembre estrené una obra que yo escribí y dirigí y que no fue nada mal. Hubo problemas, pero los problemas que surgen cuando montas una obra de teatro son en realidad el motivo por el que te metes a hacer teatro (aunque de eso la mayor parte de las veces ni te das cuenta).

Este mes, enero, he estrenado otra. Se suponía que yo sólo iba a escribir el texto pero la señorita directora tuvo que salir corriendo a salvar una película a Barcelona y me dejó a mí el marrón a última hora. Un marronazo.

Pero si no fuera un marronazo, seguramente no nos gustaría tanto hacer teatro.

Mientras escribo esta entrada un viejo (paso de eufemismos) viene y sin preguntarme ni decirme nada me quita el periódico que hay a mi lado, dando por hecho que es del bar donde me encuentro. Sí, es del bar, pero eso no quita para que los viejos (paso de eufemismos) sean la gente más maleducada sobre la faz de la Tierra.

La experiencia teatral de este mes en el Teatro Mínimo ha sido muy satisfactoria. De hecho, quizás mi mejor experiencia teatral hasta la fecha.

Si bien en noviembre fuí sobre seguro con un texto hecho a la medida para un público poco exigente, con muchos gritos, chistes fáciles, hasta una pistola que se disparaba en escena, para esta nueva ocasión me apetecía hacer algo más complejo, elaborado y arriesgado. Un texto complejo -añadamos el ísimo según la escena- que requiere del espectador toda su atención, con un subtexto complicado y que requiere un trabajo actoral de primer orden. Además, se trata de una especie de experimento donde cada función supone una nueva propuesta sobre el mismo texto, con nuevo reparto, nuevo orden de réplicas (y de escenas), nueva puesta... Se acabó el jugar a hacer como que hacemos teatro, aquí el nivel se disparaba.

Como yo no lo dirigía, estaba preparado para ver el estrepitoso fracaso desde la barrera. Pero mira tú por donde, las actrices que lo interpretan no son de primer orden, son mucho mejores, la puesta en escena propuesta por la directora funciona de maravilla y, las cosas como son, el resultado es una obra teatral emocionante, divertida (a veces), profunda y, a pesar de ello, muy entretenida.

En resumen, estoy contento como pocas veces. Tres pases al día tres días a la semana y yo tan contento.

Los viejos de la mesa de al lado se han ido, dejando el periódico abandonado. Voy a leer un rato El País.

sábado, 12 de enero de 2013

Problemas idiomáticos



  Ahora que Cataluña se va a erigir como república independiente absolutista o algo así, no paran de hablar en la televisión de la cuestión idiomática. Sí, los catalanes tiene su propio idioma, que es como el español si lo hablas con mucha saliva en la boca y se te hubiera dormido la lengua.

  Pero la cuestión idiomática no es sólo cosa de catalanes. De eso nada. Yo soy de Andalucía y también padezco ese problema, lo he padecido desde siempre. Los andaluces tenemos nuestro propio idioma, que también es como el español, pero saltándote letras al azar ("cansado" es "cansao", "chiquillo" es "quillo", y así). Por más que digan, un andaluz que sale de Andalucía es como un catalán que sale de Cataluña (o un madrileño que entra en Cataluña): debe aprender el idioma autóctono o se arriesga a no entender ni ser entendido.

  La primera vez que uno de mis mejores amigos salió de Andalucía con destino a Madriz (que es como se dice la ciudad en su idioma natal) fue uno de esos casos.

  Llegamos en AVE por la mañana temprano, y ya el entrar en un bar a desayunar le sirvió a mi amigo para darse cuenta de que los andaluces hablamos un idioma bien distinto al de la capital del reino. Yo le pedí al antipático camarero (sobraría el adjetivo pues en Madriz todos los camareros son antipáticos, pero como esto pueden estar leyéndolo andaluces, lo incluyo de todas formas), un café con leche y un bollo. Vamos, el desayuno madrileño estándar de pedir en los bares, porque yo ya había estado viviendo en la ciudad más de un año y conocía el dialecto local. Mi amigo, que lo desconocía, se pidió "un manchao y media con mantequilla".
  La petición, de lo más normal en Sevilla, hizo que el camarero reaccionara como si le hubiera pedido radio enriquecido y deutoronomio al baño María. Y es que, obviamente, el camarero no hablaba idiomas. Tras preguntar y mi amigo repetirle la petición el camarero le espetó todo lo amablemente que pudo (en una escala de amabilidad del 1 al 10 un camarero estándar madrileño obtendría un -15. Este señor raspaba el aprobado):
  - ¿Un manchao qué es?
  - Una leche manchada -respondió mi amigo sin darse cuenta de que su respuesta realmente abría más el abismo entre ambos.
  - ¿Manchada cómo?
  - Con café.
  - Ah, o sea, un café con leche.
  Y yo, conteniendo la risa. El camarero sigue:
  -¿Y media qué?
  - Media tostada -mi amigo ya empezaba a intuir el problema idiomático del que llevo hablando todo el rato.
  - Pero cómo media, ¿cojo la rebanada de pan bimbo y la corto por la mitad?
  - ¿No tiene otro tipo de pan?
  - No.
  Y mi amigo, viendo que esto de viajar al extranjero le empezaba a venir demasiado grande le dijo que vale, que hiciera lo que quisiera y le pusiera cualquier cosa para desayunar. Al poco, apareció el camarero con mi desayuno y el de mi amigo: un vaso con un líquido de extraño color y una rebanada de pan bimbo requemada con algo de grasa untada encima.
  La cosa es que, mientras desayunábamos y comentábanos la singular experiencia, atestiguando mi compañero que jamás podría vivir en aquella ciudad, el camarero se nos acerca y le pregunta a mi amigo:
  - ¿Qué? ¿Está bueno?
  - Buenísimo -dijo mi amigo con más sorna que convencimiento.

  Hoy en día en Madrid es algo más fácil desayunar algo digno, pero tampoco mucho. Y si no, prueben a entrar en un bar de buena mañana y pedir "un manchao y media".

sábado, 5 de enero de 2013

Vocabulario

     He empezado a leerme la novela de un tipo con el que coincidí hace años y hacía otros tantos que no veía. Es curioso cómo ya en la prmera página es fácil detectar a un mal escritor (tranquilo, Rafa, no va por ti, tú escribes bastante bien para mi gusto).

     El primer síntoma es querer poner palabras complicadas por vergüenza a usar palabras normales. Para escribir con variedad de voabulario lo primero es tener un amplio léxico. Si no lo tienes de nada sirve que andes buscando sinónimos de palabras "normales" para parecer un escritor. Si no tienes el vocabulario aprehendido, grabado en tu cabeza, el diccionario de sinonimos del word no va a salvarte, todo lo contrario. Porque te va a mostrar palabras que no conoces de nada, sólo sabes que son sinónimos de tal o cual otra y eso no implica que sepas usarlas, simplemente pondrás palabras raras que a lo mejor ni el lector conoce y que, si las conoce, lo mas probable es que piense que jamás la usaría en ese contexto, probablemente emplearía la normal, la que tú has descartado por vergüenza a ser demasiado ordinario (ordinario de normal, no de vulgar... vaya con los sinónimos).

     En resumen, tienes que tener un gran vocabulario.

     Si no, directamente déjalo, es que no vales para escribir.

     No es nada malo. Yo mismo ya descubrí hace tiempo que no valgo para escribir. Por eso no soy escritor, sino guionista. Para ser guionista no necesitas saber escribir, sino saber contar una historia, que no tiene nada que ver.