domingo, 20 de enero de 2013

Microteatro

Pues me estoy leyendo Submarino, de Joe Dunthorne, y acabo de estrenar otra obra de "Teatro Mínimo", que es una cosa que se ha puesto de moda porque es barata, supuestamente cultural y como acto social mola porque es ir al teatro, pero dura poco y no te aburres... y además no te gastas una pasta.

Sí, son obritas de teatro cortas, de unos quince minutos. En Madrid se llama Microteatro, en Sevilla, Teatro Mínimo.

En noviembre estrené una obra que yo escribí y dirigí y que no fue nada mal. Hubo problemas, pero los problemas que surgen cuando montas una obra de teatro son en realidad el motivo por el que te metes a hacer teatro (aunque de eso la mayor parte de las veces ni te das cuenta).

Este mes, enero, he estrenado otra. Se suponía que yo sólo iba a escribir el texto pero la señorita directora tuvo que salir corriendo a salvar una película a Barcelona y me dejó a mí el marrón a última hora. Un marronazo.

Pero si no fuera un marronazo, seguramente no nos gustaría tanto hacer teatro.

Mientras escribo esta entrada un viejo (paso de eufemismos) viene y sin preguntarme ni decirme nada me quita el periódico que hay a mi lado, dando por hecho que es del bar donde me encuentro. Sí, es del bar, pero eso no quita para que los viejos (paso de eufemismos) sean la gente más maleducada sobre la faz de la Tierra.

La experiencia teatral de este mes en el Teatro Mínimo ha sido muy satisfactoria. De hecho, quizás mi mejor experiencia teatral hasta la fecha.

Si bien en noviembre fuí sobre seguro con un texto hecho a la medida para un público poco exigente, con muchos gritos, chistes fáciles, hasta una pistola que se disparaba en escena, para esta nueva ocasión me apetecía hacer algo más complejo, elaborado y arriesgado. Un texto complejo -añadamos el ísimo según la escena- que requiere del espectador toda su atención, con un subtexto complicado y que requiere un trabajo actoral de primer orden. Además, se trata de una especie de experimento donde cada función supone una nueva propuesta sobre el mismo texto, con nuevo reparto, nuevo orden de réplicas (y de escenas), nueva puesta... Se acabó el jugar a hacer como que hacemos teatro, aquí el nivel se disparaba.

Como yo no lo dirigía, estaba preparado para ver el estrepitoso fracaso desde la barrera. Pero mira tú por donde, las actrices que lo interpretan no son de primer orden, son mucho mejores, la puesta en escena propuesta por la directora funciona de maravilla y, las cosas como son, el resultado es una obra teatral emocionante, divertida (a veces), profunda y, a pesar de ello, muy entretenida.

En resumen, estoy contento como pocas veces. Tres pases al día tres días a la semana y yo tan contento.

Los viejos de la mesa de al lado se han ido, dejando el periódico abandonado. Voy a leer un rato El País.

sábado, 12 de enero de 2013

Problemas idiomáticos



  Ahora que Cataluña se va a erigir como república independiente absolutista o algo así, no paran de hablar en la televisión de la cuestión idiomática. Sí, los catalanes tiene su propio idioma, que es como el español si lo hablas con mucha saliva en la boca y se te hubiera dormido la lengua.

  Pero la cuestión idiomática no es sólo cosa de catalanes. De eso nada. Yo soy de Andalucía y también padezco ese problema, lo he padecido desde siempre. Los andaluces tenemos nuestro propio idioma, que también es como el español, pero saltándote letras al azar ("cansado" es "cansao", "chiquillo" es "quillo", y así). Por más que digan, un andaluz que sale de Andalucía es como un catalán que sale de Cataluña (o un madrileño que entra en Cataluña): debe aprender el idioma autóctono o se arriesga a no entender ni ser entendido.

  La primera vez que uno de mis mejores amigos salió de Andalucía con destino a Madriz (que es como se dice la ciudad en su idioma natal) fue uno de esos casos.

  Llegamos en AVE por la mañana temprano, y ya el entrar en un bar a desayunar le sirvió a mi amigo para darse cuenta de que los andaluces hablamos un idioma bien distinto al de la capital del reino. Yo le pedí al antipático camarero (sobraría el adjetivo pues en Madriz todos los camareros son antipáticos, pero como esto pueden estar leyéndolo andaluces, lo incluyo de todas formas), un café con leche y un bollo. Vamos, el desayuno madrileño estándar de pedir en los bares, porque yo ya había estado viviendo en la ciudad más de un año y conocía el dialecto local. Mi amigo, que lo desconocía, se pidió "un manchao y media con mantequilla".
  La petición, de lo más normal en Sevilla, hizo que el camarero reaccionara como si le hubiera pedido radio enriquecido y deutoronomio al baño María. Y es que, obviamente, el camarero no hablaba idiomas. Tras preguntar y mi amigo repetirle la petición el camarero le espetó todo lo amablemente que pudo (en una escala de amabilidad del 1 al 10 un camarero estándar madrileño obtendría un -15. Este señor raspaba el aprobado):
  - ¿Un manchao qué es?
  - Una leche manchada -respondió mi amigo sin darse cuenta de que su respuesta realmente abría más el abismo entre ambos.
  - ¿Manchada cómo?
  - Con café.
  - Ah, o sea, un café con leche.
  Y yo, conteniendo la risa. El camarero sigue:
  -¿Y media qué?
  - Media tostada -mi amigo ya empezaba a intuir el problema idiomático del que llevo hablando todo el rato.
  - Pero cómo media, ¿cojo la rebanada de pan bimbo y la corto por la mitad?
  - ¿No tiene otro tipo de pan?
  - No.
  Y mi amigo, viendo que esto de viajar al extranjero le empezaba a venir demasiado grande le dijo que vale, que hiciera lo que quisiera y le pusiera cualquier cosa para desayunar. Al poco, apareció el camarero con mi desayuno y el de mi amigo: un vaso con un líquido de extraño color y una rebanada de pan bimbo requemada con algo de grasa untada encima.
  La cosa es que, mientras desayunábamos y comentábanos la singular experiencia, atestiguando mi compañero que jamás podría vivir en aquella ciudad, el camarero se nos acerca y le pregunta a mi amigo:
  - ¿Qué? ¿Está bueno?
  - Buenísimo -dijo mi amigo con más sorna que convencimiento.

  Hoy en día en Madrid es algo más fácil desayunar algo digno, pero tampoco mucho. Y si no, prueben a entrar en un bar de buena mañana y pedir "un manchao y media".

sábado, 5 de enero de 2013

Vocabulario

     He empezado a leerme la novela de un tipo con el que coincidí hace años y hacía otros tantos que no veía. Es curioso cómo ya en la prmera página es fácil detectar a un mal escritor (tranquilo, Rafa, no va por ti, tú escribes bastante bien para mi gusto).

     El primer síntoma es querer poner palabras complicadas por vergüenza a usar palabras normales. Para escribir con variedad de voabulario lo primero es tener un amplio léxico. Si no lo tienes de nada sirve que andes buscando sinónimos de palabras "normales" para parecer un escritor. Si no tienes el vocabulario aprehendido, grabado en tu cabeza, el diccionario de sinonimos del word no va a salvarte, todo lo contrario. Porque te va a mostrar palabras que no conoces de nada, sólo sabes que son sinónimos de tal o cual otra y eso no implica que sepas usarlas, simplemente pondrás palabras raras que a lo mejor ni el lector conoce y que, si las conoce, lo mas probable es que piense que jamás la usaría en ese contexto, probablemente emplearía la normal, la que tú has descartado por vergüenza a ser demasiado ordinario (ordinario de normal, no de vulgar... vaya con los sinónimos).

     En resumen, tienes que tener un gran vocabulario.

     Si no, directamente déjalo, es que no vales para escribir.

     No es nada malo. Yo mismo ya descubrí hace tiempo que no valgo para escribir. Por eso no soy escritor, sino guionista. Para ser guionista no necesitas saber escribir, sino saber contar una historia, que no tiene nada que ver.