domingo, 30 de junio de 2013

Festivales de Cine (I)


No son pocos los festivales de cine de todo tipo en los que he estado, bien como invitado porque se proyectaba/competía alguna cosa mía, o bien trabajando, normalmente haciendo galas, como ya he contado en alguna que otra ocasión por aquí.

Como invitado he estado en muchos que daban vergüenza ajena (en uno el premio en metálico que ganó mi corto me lo dio el propio presentador de la gala en un sobre) y en algunos maravillosos, como el Sitges, que no sé si me gustó por el festival en sí o porque Sitges es una de las ciudades más maravillosas de este país/planeta/galaxia.

Ojo, no confundir festivales de cine con mercados de cine, que son dos cosas totalmente diferentes. La semana pasada, de hecho, estuve en un mercado y más adelante contaré la surrealista (aunque maravillosa) experiencia.

Uno de los más destacados en los que he participado fue el Festival de Venecia, donde nos invitaron a participar con nuestro primer cortometraje. 

Esta foto la tomé yo allí.
El Festival se celebra en agosto y cualquier excusa es buena para librarse de los 50 grados de media que luce en ese mes mi ciudad natal. Por lo pronto, hasta esa fecha, yo había montado en avión en muchas ocasiones, sobre todo para ir a mi segunda ciudad natal, Londres, pero resulta que el viaje fue tan movidito, con tantas turbulencias que hasta las azafatas por poco acaban rodando por el suelo, que desde entonces tengo que subir a los aviones como M.A., drogado y/o dormido (esta referencia delata mi edad, lo sé).

Y allá que fuimos. Nada más llegar, desde el aeropuerto hasta la islita donde nos hospedábamos (el Lido) nos llevaban en una lancha motora en lo que me parecieron unas mil horas, ¡pero qué lejos estaba la puñetera islita! Una vez en tierra el hotel era la mar de mono y cuco, y lo más importante, pagado por el propio festival. De ahí, a la sede del Festival a por las acreditaciones. Para llegar a cualquier sitio en Venecia te tienes que mover en lancha motora, Ferry, góndola o a nado. Para ir del Lido a la sede del festival pasaba un ferry cada media hora que siempre iba atestado de gente. Montados en él llegamos a la gran sede del Festival, y hete aquí que nada más llegar una multitud de periodistas se agolpaban para hacernos fotos y grabarnos con sus cámaras. Joder, y eso que sólo llevábamos un cortito de mierda. Pero no, es que justo cuando nosotros nos apeábamos del barquito en el muelle, lo hacía Woody Allen, que venía a presentar su última película. Sí, estábamos a medio metro de Woody Allen, y por unos segundos pensábamos que la expectación mediática la levantábamos nosotros. Criaturitas.

Por supuesto, nadie se interesaba lo más mínimo por nosotros. Lo bueno era que nosotros y un documental éramos la única presencia española ese año en el Festival por lo que los medios españoles sí mostraban algo más que indiferencia por nosotros. No gran cosa, pero al menos se acercaban a preguntarnos cositas. Así, en Antena 3 nos dedicaron una pieza en los informativos la mar de interesante. Mira tú qué bien.

Y llegó la mañana en que ponían nuestra peliculita, en una sección llamada "Nuevos Territorios", que, según rezaba el catálogo, era un escaparate de lo más innovador del año a nivel mundial. Fíjate tú, que nosotros hicimos el corto tan "moderno" por ahorrarnos dinero porque lo hicimos sin un duro y pensamos "¿y si en vez de usar una cámara normal usamos una cámara de fotos y lo rodamos en plan 'fotonovela'?" Y ya ves, la carencia de medios nos llevó a la modernez más absoluta que hasta lo reconocían en Venecia.

Justo cuando estábamos entrando en la sala de cine donde iban a proyectar nuestro corto, nos paró el señor ése de Antena 3 que siempre está hablando del Papa en televisión y nos pidió que cuando acabara saliéramos a contestar algunas preguntas. Así, el corto se proyectó, yo sudé mucho (siempre sudo mucho cuando veo algo mío en compañía de otras personas porque pienso que lo van a odiar y, de hecho, yo lo odio muchísimo) y, cuando acabó, la gente se puso a aplaudir. Cuando cesaron los aplausos, mi compañera y yo nos levantamos para salir a que nos hiciera las preguntas el buen señor de Antena 3, pero la gente interpretó que nos levantábamos para seguir recibiendo aplausos, por lo que empezaron otra vez a aplaudir como locos y nosotros, avergonzados y sin saber qué hacer, nos quedamos de pie como tontos esperando a que la gente dejara de aplaudir... y la gente que no sabía si tenía que dejar de aplaudir hasta que nos volviéramos a sentar... y nosotros que no nos sentábamos porque nos esperaba el señor del Papa en la puerta... y así un par de minutos eternos.

Sí, a este señor lo conocimos allí.
Al final salimos, más avergonzados que un maya el fin de año de 2012, y respondimos a las preguntas del señor de Antena 3.

Volvimos a entrar en la sala donde estaban poniendo otra obra de ésas innovadoras que seguramente se quedaron sin dinero para terminarla y por eso era tan moderna. Debo reconocer que me pareció un truño de mucho cuidado. Pero ojo, mi corto también me lo pareció (como todas mis cosas cuando las veo en compañía de extraños) así que mi sesgado criterio del momento no es muy de tener en cuenta así que no ahondaré en lo horrosamente mala que era aquella basura que estaban proyectando cuando volvimos a la sala.

No tengo ni idea de por qué, pero nos quedamos tres días más en Venecia, a pesar de que una vez proyectado el corto ya no pintábamos nada allí. Bueno, no sé por qué, claro que lo sé. Y tú también. Paseos nocturnos por los canales, cenas en restaurantes al aire libre, cafés en la Plaza de San Marco (sí, de donde sale Indiana Jones por una alcantarilla... ante aquella alcantarilla se hacían más fotos los turistas que ante cualquier otro monumento). Y lo mejor de todo es que el majo del productor del corto, que nos acompañaba, nos invitaba a casi todo.

En una de esas cenas que él pagó (es que nosotros éramos muy pobres... bueno, y él también, pero tenía la cara menos dura) nos preguntó si teníamos alguna idea para un corto de ciencia ficción, que le apetecía aventurarse en ese género. Nosotros, inconscientes, le dijimos que sí, y así se fraguó nuestro siguiente trabajo juntos, una chapuza que nada tenía que envidiar en cutrez a la pieza que proyectaron tras nuestro afamado primer corto.

Pero ésa es otra historia, y ya la contaré en otro momento (si me acuerdo).

domingo, 2 de junio de 2013

Explotando




... total, que una burbuja explotó muy fuerte y de la onda expansiva nos fuimos todos a la mierda. O algo así, que yo hasta que Spielberg no haga la película no me voy a enterar de qué coño va la crisis ésta.

Y como unos señores que sólo iban al teatro a ver a Lina Morgan pensaron que eso de la cultura es ocio, asueto, recreo y fiesta para zánganos parados chupadelbote vagos del poltrón gandules remolones inútiles que poco o nada tienen/pueden aportar a la sociedad... y ese hueco ya lo rellenan el fútbol y los toros, empezaron a tomar medidas para que, si la gente en general estaba en la mierda, a los haraganes que hacen teatro les pisaron la cabeza para hundírsela más en la materia fecal.

Pero hete aquí que resulta que la gente de la cultura en general, y los teatreros en particular, tienen muy entrenado el cuello de tanto que se lo pisan y mantuvieron la cabeza fuera de la mierda. ¿Cómo? Se pusieron a utilizar ese órgano que los distingue de otras profesiones como la de Infanta o la de Extesorero de algo, llamado "ingenio", y se pusieron a inventar.

E inventaron cosas como el crowdfunding o el Teatro Mínimo.

Y aquí me voy a parar.

Este último año he visto más teatro que en toda mi vida junta, y he gastado menos dinero en teatro que en toda mi vida junta. Y es que el formato de obra pequeña, de corta duración y a miniprecio funcionó de tal forma que ya no hay ciudad, pueblo o pedanía que no tenga su propia versión de teatro en minitetrabrick.

Y de todas las variantes que he podido disfrutar, que no han sido pocas (Teatro a Pelo, Microteatro por Dinero, etc) la mejor, con diferencia, ha sido la propuesta que nació en una extraña librería del centro de Sevilla llamada "Teatro Mínimo".

Me he visto todas las obras que han puesto este año y debo decir que en esta ciudad de saetas y penitencias, el arte no sólo se viste de traje de luces. Cada pieza, cada puesta en escena, cada propuesta escénica, cada texto, me ha hecho imaginar, emocionarme, reír, divertirme y, sobre todo, desear volver al teatro.

Incluso sé de gente que no pisaba una sala teatral desde hacía años que, gracias al Teatro Mínimo, se ha convertido en un asiduo, deseando que llegase el mes siguiente para descubrir las nuevas propuestas, las nuevas temáticas e irrumpir en aplausos, “bravos”, silbidos y vítores.

Si bien todas y cada una de las piezas que han pasado por la muestra son merecedoras de manos ensangrentadas de tanto aplaudir, me voy a aventurar a nombrar mis favoritas.

“Emergencia Zombie”, de los descabellados Paco Luna y Javier Berger, una pareja de hecho de la escena andaluza a la que deseamos un matrimonio longevo. Conseguía erizar el vello del espectador a base de humor, vísceras y una puesta en escena maravillosamente cinematográfica.

“Parafilia” de los enfermos Jorge Dubarry, María José Castañeda y Eva Gallego. Una maravillosa historia de amor con una única actriz en escena manipulando muñequitos (que no títeres). Con la boca abierta que sigo tras ver semejante derroche de imaginación y pericia.

“Culto a la abundancia”, donde se repiten nombres: Jorge Dubarry, María José Castañeda y Javier Berger. ¿Pero de dónde sacan tanto talento estos gandules?

Y todo ello, desde el “minimismo” más minimalista: mínimo presupuesto, mínimo elenco, mínimo espacio... máximo talento, máxima diversión y máxima valentía.

Y es que cuando explotó la famosa burbuja ésa también explotaron las cabezas de muchos talentosos genios de esta tierra que sólo venera a sus genios cuando reportan réditos políticos.

Aquí estoy, esperando como agua de mayo (nunca entendí esta expresión, después de un abril mojadísimo, ¿quién coño quiere que llueva en mayo?)  la siguiente temporada.

A más ver...