sábado, 18 de octubre de 2014

Cita

«Éstos son malos tiempos. Los hijos han dejado de escuchar a sus padres y todo el mundo escribe libros»
Cicerón

viernes, 5 de septiembre de 2014

¿Y después?

Yo tengo la intuición de que tras la muerte hay exactamente lo mismo que antes del nacimiento: nada.

El miedo a la muerte es lo que ha hecho que el ser humano, en la desesperación de saberse mortal y ante el pánico a esa absoluta “nada” haya inventado todo tipo de vidas ultraterrenas.

Lo peor ha venido cuando se pasó de “creer” en una vida después de la muerte (francamente, cosa que atenta al sentido común) a dedicar la vida entera a esa falacia, a prepararse para lo que “vendrá” después.

¿Dónde estabas antes de nacer? Pues ahí mismo irás al morir.

A la nada.

jueves, 4 de septiembre de 2014

¿Quién es Elliot Smith?

Ni siquiera se llamaba así, Steven Paul Smith fue un cantautor americano que nació en Omaha y murió en Los Ángeles, California, detalle éste último de suma importancia.

Smith pasó casi toda su vida tocando en solitario y luchando contra la depresión, el alcoholismo y las drogas, temas éstos habitualmente tratados en sus letras.

Fue toda su vida un autor independiente, firmando con compañías independientes y ganando lo justo hasta que en 1997 firmó con una multinacional, DreamWorks Records, con la que sacó dos álbumes, a raíz de que su canción "Miss Misery", incluida en la banda sonora de la película Good Will Hunting, fuese candidata a los Óscar.

Aunque logró el éxito profesional en los últimos años de su vida, Smith nunca fue un hombre completo, realizado. De hecho, esos años marcaron una época realmente sordida y oscura en su vida hasta que finalmente murió con tan sólo 34 años de edad, de dos puñaladas en el pecho aparentemente autoinfligidas.

En esta canción podemos apreciar su punto de vista respecto al hecho de que le llegase el éxito que le hizo (¿le obligó?) a trasladarse a Los Ángeles.


Quién sabe, tal vez tener todo el mundo a los pies no signifique necesariamente obtener la felicidad. Es un cliché que nos cuentan constantemente y que pensamos que en realidad es una excusa para la resignación pero casos como Elliot Smith lo cuestionan seriamente.

viernes, 29 de agosto de 2014

El ser humano

A veces me dan ganas de renunciar al pasaporte de ser humano y nacionalizarme berenjena.

lunes, 25 de agosto de 2014

Yo fui director de un coro rociero


Te estarás preguntando, ¿y qué mierda rara me va a contar ahora éste con ese título que, como siempre, será algún tipo de metáfora o chistecillo?

Pues no, no lo es.

Y es que yo fui director de un coro rociero. Literalmente.

Tenía 18 añitos, criatura, y en un coro rociero de mi barrio se enteraron que yo había estudiado en el conservatorio por lo que debía tener conocimientos de música. El guitarrista del grupo se acercó a hablar conmigo. Yo por aquel entonces no sabía ni qué coño era un coro rociero, había estudiado dirección de coro clásico en el conservatorio y pensaba que sería lo mismo así que acepté.

Criatura.

La dirección de coro que yo había estudiado se fundamentaba en el solfeo, por supuesto, mientras que para dirigir un coro rociero los conocimientos que necesitas versan más sobre tipos de botos camperos y razas de bueyes. Pero claro, eso yo no lo sabía en aquel momento.

Criaturita.

Ni que decir tiene que no duré mucho en el coro. Bueno, de hecho sí, estuve al frente de aquel despropósito unos cuantos meses, lo cual es una barbaridad, y en ese tiempo mientras yo trataba de enterarme de cómo se escribían y dirigían unas sevillanas (rocieras, eh, que no es lo mismo) ellos intentaban hacerme entender que por más que  les diera las partituras de las canciones que yo componía no iban a aprender jamás en su vida a leer solfeo.

Y así pasé parte de mis dulces dieciocho.

sábado, 23 de agosto de 2014

Acotaciones



Hay diversas teorías acerca de las acotaciones: muchos piensan que deben ser una parte artística, allí donde el autor/narrador tiene más libertad a la hora de ejercitar su genio literario; y después está quien considera a las acotaciones como una pieza práctica que hay que abordar de la forma más técnica posible.

Lo que sí está claro es que podemos deleitarnos y entretenernos todo lo que queramos en ellas, pero el fin último del guión es el de ser llevado a la pantalla, de manera que en medio del proceso las acotaciones terminan por desaparecer para sólo dejar paso a los diálogos, los personajes y la trama. De tal manera, a nadie se le puede obligar a no escribir acotaciones que dejarían asombrado al mismísimo Cervantes, pero su utilidad no pasa de ser puramente práctica. De ahí, la mayoría de autores prescinden de toda creatividad con ellas; si un personaje dice “Dame fuego” y el otro contesta “Ten”, podemos acotar: “Su mano, cual galgo desenfrenado, desaparece por la apertura de su bolsillo para, al punto, reaparecer enfundando en la misma un lustroso encendedor cuya gallardía y riqueza ornamental dejaría pálido de envidia al mismísimo templo de la Capilla Sixtina”. Muy mono, pero inútil. Gana más puntos un: “Saca un mechero muy bonito”.


Con esta misma regla deducimos que aquellas acotaciones imposibles de llevar a cabo deben también ser suprimidas y sustituidas por explicaciones realizadas mediante la acción o el diálogo. Para explicar esto utilizaré un ejemplo de David Mamet:

“Nick, un treintañero con afición a lo insólito.” Esto no se puede filmar ni representar. ¿Cómo lo haces? “Jodie, una pasota deslenguada que lleva treinta horas sentada en un banco.” ¿Cómo puedes hacer esto? No se puede. Excepto mediante la narración (visual o verbal). Visual: Jodie mira el reloj. Fundido. Ahora son treinta horas después. Verbal: “Joder, a pesar de lo moderna que soy, es una lata llevar treinta horas sentada en este banco.”

Todo aquello que no pueda ser representado hay que sacarlo de la acotación y convertirlo en acción o en diálogo, pero con cuidado de no caer en la ingenuidad, en la exposición prolongada o en el “como tú ya sabes”.

Otras acotaciones reales sacadas de las páginas de guiones reales y que pueden servir de ejemplo de lo que no hay que hacer son:

“Ella entra en la habitación, le encuentra a él allí, y no hay palabras para describir lo que sucede a continuación.” Y si no hay palabras, ¿para qué se le paga al escritor?
“Él entra en la habitación y le odiamos... le odiamos a muerte.” ¿Lleva un letrero en la frente en el que dice “Odiadme... odiadme a muerte”?
“Por la ventana se ve Nueva York en todo su cruel esplendor.”
“Él quiere cogerle de la mano... ¿o tal vez no?” O tal vez sí... o puede que no... ¿quién sabe?
“Todos podemos darnos cuenta de que esta gente ha vivido mucho.”  ¿Y cómo nos damos cuenta? ¿Son todos viejos? Pues ponga usted eso: “son todos muy viejos” y déjese de marear la perdiz.
“En el exterior, el barrio tenía el aspecto que era de esperar después de lo sucedido.” Sin comentarios.

Por otro lado, aunque las acotaciones han de ser visuales el guionista no tiene la responsabilidad de especificar las tomas de la cámara o la terminología de rodaje (primer plano, panorámica, etc), ése es trabajo del director. En las acotaciones describimos la acción, a los personajes, los decorados y lo debemos hacer de forma clara y sencilla, sobre todo para que nadie luego “reinterprete” lo que decimos. Si decimos “azul”: azul es azul. Si decimos “el color del mar al amanecer”, ¿qué narices estamos diciendo? El director podría interpretar el color que quisiese y luego que nadie se queje si acaba poniendo “rojo” (¿cómo sabes tú de qué color amanece en el pueblo del director?).

Decía Eric Bentley que un dramaturgo que escribe demasiadas acotaciones es un novelista que no se ha encontrado a sí mismo. Tal vez esto sea una exageración, pero se aproxima mucho a la realidad. Que los personajes hablen o actúen, no lo haga usted a través de unas acotaciones que, al fin y al cabo, el público no va a leer.

domingo, 10 de agosto de 2014

Mi divorcio

Lo primero es que a estas alturas aún no había advertido de que estaba casado y, de pronto, salto con que estoy divorciado. Sí, he pasado por todos los estados civiles conocidos... menos el de viudo, pero tiempo al tiempo.

Si mi boda fue de chiste (ya hablaré de ella, si me acuerdo) mi divorcio no se quedó atrás.

La mañana de mi divorcio habíamos quedado (mi por entonces esposa y yo) con un abogado en la puerta de los juzgados, pues él debía acompañarnos a la sala. Nos advirtió que un divorcio, en realidad, es un juicio, con juez y todo, de ahí la necesidad siempre de un abogado. De hecho, por eso se llama “demanda de separación”. Pues bien, lo que vivimos en aquel edificio se parecía a cualquier cosa menos a un juicio.

Llegamos y el juez no estaba, claro, ¿qué esperaba? No había sitio donde esperarle así que en una sala que parecía sacada de la película “Brazil” sólo que el presupuesto del decorado sólo llegaba para la mitad (la sala era inmensa y sólo media estaba habilitada) nos encontramos ella, yo y el abogado. Ah, y otro abogado (así éramos cuatro esperando, más compañía), amigo del nuestro que no sé muy bien qué pintaba en todo esto pero que allí estaba. Nos pusimos al día de lo bien que va la administración mientras esperábamos de pie entre trabajadores del Estado: el programa informático era nuevo, y o no funcionaba o nadie sabía (aún) cómo hacerlo funcionar. La impresora tampoco iba, y la mitad de los responsables de las distintas áreas aún no había llegado a su puesto de trabajo (incluyendo al juez, recordemos). Lo fuerte de todo es que después de la falta de respeto que el juez tuvo con nosotros al aparecer tarde, todos allí teníamos la obligación de dirigirnos a él como ”Señoría” si no queríamos una denuncia por desacato.

Una vez llegó el juez... bueno, supongo que llegó porque empezaron a atendernos, aunque yo no vi a juez ninguno por allí. El caso es que nos llevaron a un rinconcito de la sala llena de mesas y trabajadores que lo mismo contaban cómo les había ido el fin de semana en la playa que se cagaban en la madre que parió al ordenador que siempre se quedaba colgado. En el rinconcito había un perchero y una ventana. Sí, solo eso, ni sillas ni nada parecido, allí otra vez el grupito marginal de pie, como castigado Nos dijeron que nos llamarían de uno en uno para pasar a firmar. Pensé que por fin iba a ver una sala de juicios como dios manda, con su juez y todo. Que me lo había creído. Nos llamaban de uno en uno... pero la señora de la mesa que estaba a medio metro de nosotros. O sea, decían mi nombre, yo daba un paso y medio hasta la mesa de la señora, firmaba y ya me podía retirar... a mi rincón de castigo. El hecho de hacerlo de uno en uno era por si el divorcio no era amistoso... en cuyo caso, si los contrayentes (o como se les diga a los que se van a divorciar) no se pueden ni ver, ¿qué sentido tiene dejarlos juntos en un rincón de dos metros cuadrados... y de pie?

Eso sí, todo con mucho protocolo, que si aquello era una chapuza, por lo menos la apariencia debía ser de lo más respetable. Decían el nombre del que fuera, que se acercaba con su abogado (recordemos, dos pasitos), firmaba en varios papeles y lo retiraban de nuevo a la “sala de espera” (recordemos, el rincón de la percha).

Una vez firmados esos papeles, se acabó. Ya estábamos divorciados.

Curioso, yo siempre pensé que pasaría mi vida en el estable y libertino estado de la soltería y no sólo acabé en el monótono y tradicional estado del matrimonio, sino en el resentido e impopular divorcio. Y no me arrepiento. Hay que probarlo todo en esta vida... y ya digo que me falta la viudez, ¿alguna que quiera casarse conmigo?

jueves, 31 de julio de 2014

Objetivos en la vida

Hay un viejo dicho que dice que el propósito para una vida provechosa es llegar a ser sabio a los 30 y rico a los 40.

jueves, 22 de mayo de 2014

Macbeth - 1997

Yo estudiaba en Madrid. Como era pobre, no podía permitirme vivir en la capital, donde la gente pagaba una fortuna por acomodarse en el cuarto de las escobas de algún club de alterne, así que vivía a una hora de trayecto, entre trenes y autobuses, de la ciudad. En un pueblo llamado...

Acababa de empezar el curso y no llevaba mi una semana de clases cuando una compañera con la que yo había fraternizado debido a que vivía en el mismo pueblo que yo, me dijo que sabía de una compañía que buscaba director para montar 'Macbeth'. Le dije que Macbeth era mi obra favorita de Shakespeare (lo cual, asombrosamente, era cierto, aunque con la salvedad, que por supuesto no mencioné, de que era la única que había logrado leerme entera) y que estaría encantado de reunirme con la compañía y ofrecerme para el puesto.

El jueves siguiente yo estaba ante doce personas, de las cuales sólo tres eran hombres, que componían la susodicha compañía. No debieron de llegarles muchas ofertas porque me aceptaron esa misma tarde. Yo tenía 20 años y ni pajolera idea de cómo dirigir a una compañía amateur de pueblo.

Lo primero que debía hacer era adaptar una obra de tres horas con un único personaje femenino en una obrita de una hora con sólo tres hombres y el triple de mujeres. Me puse a ello el viernes y el domingo tenía la tarea resuelta. La verdad es que en Madrid salía poco, de hecho, apenas salía de la habitación que tenía alquilada en un sucio piso de mala muerte junto a las vías del tren de un pueblo perdido de la mano de dios, así que la obra se escribió sola.

Les pasé la obra y ni me molesté en pedirles opinión. Daba por hecho que había realizado un trabajo magnífico. Con 20 años piensas que todo lo que haces es una maravilla. Con 30, que todo lo que has hecho, haces y harás es una basura innombrable por la que deberías ser ajusticiado públicamente ante una chusma enfurecida. Sí, a lo Ed Stark.

Tiempo después me enteré de que la obra no les había gustado lo más mínimo. Por aquel entonces yo leía mucho teatro conceptual, abstracto, cosas de Ionesco... vamos, que era lo que técnicamente se conoce como perteneciente al género de la "paja mental". Y éstos no eran actores profesionales ni nada de eso, eran chavales que estudiaban o que trabajaban en Telepizzas y cosas así que hacían teatro por echar el rato. Y yo quería montar la obra de mi vida. Claro que, con 20 años, hiciera lo que hiciera, iba a ser la obra de mi vida.

Total, se programaron los ensayos dos días a la semana. Hice una pequeña prueba y lo primero que noté es que no me gustaba para nada la preparación de esos chicos y chicas, así que decidí unilateralmente que antes de ponernos a ensayar la obra, haríamos un "entrenamiento" actoral dirigido por mí mismo. Sí, leer un libro de Peter Brook, unos cuantos de David Mamet, algo de Brecht y alguno de Grotowsky me otorgaba sobrada capacidad para llevarlo a cabo.

En resumen, a mí no me gustaban los actores y a ellos no les gustaba la obra. A estas alturas no es ningún spoiler decir que la obra nunca llegó a representarse.

El entrenamiento, que duró algo así como un mes, sirvió para abrir aún más el abismo entre la compañía y yo. Yo intentaba convertir en un mes una compañía amateur de pueblo en la Royal Shakespeare Company, y ellos conspiraban a mis espaldas buscando la manera de librarse de mí.

Sucedió un jueves. Y siempre que recuerdo mi estancia en Madrid me da la impresión de que todo pasaba los jueves. Yo llegué dispuesto a hacer algunos ejercicios tan útiles como "convertirse en un árbol" o alguna mierda stanislavskiana semejante pero me encontré a todo el grupo hecho una piña y con ganas de contarme que iban a "parar un tiempo" el montaje, por algunos "problemillas internos" de la compañía y que ya me "llamarían" cuando todo se resolviera.

Por supuesto, nunca me llamaron.

Meses después me enteré de que, en efecto, estrenaron un 'Macbeth' que tenía bastante similitudes con el texto que yo les entregué, según la persona (chivata) que me lo contó. En su momento monté en cólera, me sentí ultrajado y todas esas reacciones melodramáticas que se tienen en la postadolescencia. Ahora, con el tiempo, pienso que mucho tardaron en enseñarme la puerta. No supe manejar la situación, no me di cuenta de que ellos sólo querían una actividad extra para rellenar su tiempo libre.

Pero a los 20 años cualquier oportunidad que te ofrecen se convierte en una excusa para intentar cambiar el mundo.

A los 30 y tantos, la máxima suele ser "que me quede como estoy". Y si de vez en cuando puedes trabajar en algo que supere la calificación de "mediocre", ya se considera un triunfo.