jueves, 22 de mayo de 2014

Macbeth - 1997

Yo estudiaba en Madrid. Como era pobre, no podía permitirme vivir en la capital, donde la gente pagaba una fortuna por acomodarse en el cuarto de las escobas de algún club de alterne, así que vivía a una hora de trayecto, entre trenes y autobuses, de la ciudad. En un pueblo llamado...

Acababa de empezar el curso y no llevaba mi una semana de clases cuando una compañera con la que yo había fraternizado debido a que vivía en el mismo pueblo que yo, me dijo que sabía de una compañía que buscaba director para montar 'Macbeth'. Le dije que Macbeth era mi obra favorita de Shakespeare (lo cual, asombrosamente, era cierto, aunque con la salvedad, que por supuesto no mencioné, de que era la única que había logrado leerme entera) y que estaría encantado de reunirme con la compañía y ofrecerme para el puesto.

El jueves siguiente yo estaba ante doce personas, de las cuales sólo tres eran hombres, que componían la susodicha compañía. No debieron de llegarles muchas ofertas porque me aceptaron esa misma tarde. Yo tenía 20 años y ni pajolera idea de cómo dirigir a una compañía amateur de pueblo.

Lo primero que debía hacer era adaptar una obra de tres horas con un único personaje femenino en una obrita de una hora con sólo tres hombres y el triple de mujeres. Me puse a ello el viernes y el domingo tenía la tarea resuelta. La verdad es que en Madrid salía poco, de hecho, apenas salía de la habitación que tenía alquilada en un sucio piso de mala muerte junto a las vías del tren de un pueblo perdido de la mano de dios, así que la obra se escribió sola.

Les pasé la obra y ni me molesté en pedirles opinión. Daba por hecho que había realizado un trabajo magnífico. Con 20 años piensas que todo lo que haces es una maravilla. Con 30, que todo lo que has hecho, haces y harás es una basura innombrable por la que deberías ser ajusticiado públicamente ante una chusma enfurecida. Sí, a lo Ed Stark.

Tiempo después me enteré de que la obra no les había gustado lo más mínimo. Por aquel entonces yo leía mucho teatro conceptual, abstracto, cosas de Ionesco... vamos, que era lo que técnicamente se conoce como perteneciente al género de la "paja mental". Y éstos no eran actores profesionales ni nada de eso, eran chavales que estudiaban o que trabajaban en Telepizzas y cosas así que hacían teatro por echar el rato. Y yo quería montar la obra de mi vida. Claro que, con 20 años, hiciera lo que hiciera, iba a ser la obra de mi vida.

Total, se programaron los ensayos dos días a la semana. Hice una pequeña prueba y lo primero que noté es que no me gustaba para nada la preparación de esos chicos y chicas, así que decidí unilateralmente que antes de ponernos a ensayar la obra, haríamos un "entrenamiento" actoral dirigido por mí mismo. Sí, leer un libro de Peter Brook, unos cuantos de David Mamet, algo de Brecht y alguno de Grotowsky me otorgaba sobrada capacidad para llevarlo a cabo.

En resumen, a mí no me gustaban los actores y a ellos no les gustaba la obra. A estas alturas no es ningún spoiler decir que la obra nunca llegó a representarse.

El entrenamiento, que duró algo así como un mes, sirvió para abrir aún más el abismo entre la compañía y yo. Yo intentaba convertir en un mes una compañía amateur de pueblo en la Royal Shakespeare Company, y ellos conspiraban a mis espaldas buscando la manera de librarse de mí.

Sucedió un jueves. Y siempre que recuerdo mi estancia en Madrid me da la impresión de que todo pasaba los jueves. Yo llegué dispuesto a hacer algunos ejercicios tan útiles como "convertirse en un árbol" o alguna mierda stanislavskiana semejante pero me encontré a todo el grupo hecho una piña y con ganas de contarme que iban a "parar un tiempo" el montaje, por algunos "problemillas internos" de la compañía y que ya me "llamarían" cuando todo se resolviera.

Por supuesto, nunca me llamaron.

Meses después me enteré de que, en efecto, estrenaron un 'Macbeth' que tenía bastante similitudes con el texto que yo les entregué, según la persona (chivata) que me lo contó. En su momento monté en cólera, me sentí ultrajado y todas esas reacciones melodramáticas que se tienen en la postadolescencia. Ahora, con el tiempo, pienso que mucho tardaron en enseñarme la puerta. No supe manejar la situación, no me di cuenta de que ellos sólo querían una actividad extra para rellenar su tiempo libre.

Pero a los 20 años cualquier oportunidad que te ofrecen se convierte en una excusa para intentar cambiar el mundo.

A los 30 y tantos, la máxima suele ser "que me quede como estoy". Y si de vez en cuando puedes trabajar en algo que supere la calificación de "mediocre", ya se considera un triunfo.